El Barça se condena en el Camp Nou
El Oviedo deja prácticamente fuera de la Liga de Campeones al equipo azulgrana
El peor resultado en el peor día. Las cábalas no sirven de nada en este equipo roto, deshecho, que casi desea que se acabe esta Liga de torturas. El Barça dio ayer un paso de gigante para despedirse de la Liga de Campeones justo cuando, por primera vez en mucho tiempo, tras la derrota del Valencia en Milan, volvía a depender de sí mismo.
Los azulgrana lloraban desde hacía tiempo por tener que ir a rebufo del Mallorca y del Valencia y fallaron con estruendo cuando nadie dudaba de la victoria ante el Oviedo, un equipo que lucha por no descender.
El mundo al revés. Porque Jaime, con su gol, dio al traste con todos los planes, agravados por la expulsión de Luis Enrique, que perdió los nervios. La derrota tendrá un efecto devastador en el club, que vuelve a estar en manos de terceros. La afición despidió al equipo con un atronador abucheo.
BARCELONA 0|OVIEDO 1
Barcelona: Dutruel; Reiziger (Zenden, m.58), Puyol, Frank de Boer, Sergi; Luis Enrique, Guardiola (Petit, m.68), Cocu; Kluivert, Overmars (Gabri, m.68); y Rivaldo. Oviedo: Esteban; Gaspar, Danjou, Boris, Rabarivony (Martinovic, m.83); Onopko, Jaime; Paunovic, Tomic (Amieva, m.78), Iván Ania; y Oli (Raúl, m.88). Gol: 0-1. M. 46. Paunovic progresa por la banda izquierda, bordea el área y cruza al segundo palo para la llegada de Jaime, que marca de remate cruzado. Arbitro: Pérez Lasa, del colegio vasco. Mostró cartulina amarilla a Jaime, Cocu, Gaspar, Iván Ania, Alexanko -segundo entrenador del Barcelona-, Gabri, Martinovic y y Amieva. Expulsó a Luis Enrique por una agresión a Onopko (m.65). Camp Nou: Unos 65.000 espectadores. Antes del partido se homenajeó a Urruti, fallecido el pasado jueves.
Los azulgrana han llegado a este tramo final exprimidos como un limón. Su discurso fue un clamoroso canto a la impotencia desde al primero al último minuto y su fútbol, cada vez más cerrado, más pequeño, se limitó a ser repelido por el frontón que dispuso Antic ante Esteban para buscar una ocasión al contragolpe. El caótico acoso final del Barça, que jugó la última hora con diez, fue tan inútil y angustioso como todo su juego.
El partido empezó tan frío en la grada como en el césped y acabó encendido. Nada funcionó: al Barça le pesó el balón, le pesaron las piernas y le faltaron las ideas. Rexach cambió el tradicional 4-3-3 y dejó sólo en punta a Rivaldo, renunciando a la banda derecha.
Una línea transversal pareció partir el campo en dos. El dibujo provocó que el escaso caudal ofensivo del Barça se decantara por la izquierda, donde Overmars no lo tuvo fácil ante Gaspar.
El reloj se hizo eterno: los azulgrana habían dejado ante el Rayo Vallecano hace dos semanas un frenesí de goles y ayer hicieron un tratado de cómo no acercarse a puerta. Kluivert, ayer liberado de los abucheos que había sufrido quince días atrás por flirtear con el Madrid, fue de los pocos que hizo algo.
Charly intentó cubrir la banda derecha con Luis Enrique y el juego pareció mejor. Pero fue una ilusión. Esteban sólo sufrió con un remate lanzado por Guardiola, muy apagado ayer como la mayoría de sus compañeros. El Barça siguió sin la mejor reacción.
Fue Paunovic quien acabó por romper el partido en el momento justo para su equipo con una asistencia de gol para Jaime. El gol despertó al Barça y a Rivaldo, que a punto estuvo de marcar, y al público, que vio estupefacto como el Oviedo fallaba el segundo gol. Antic casi lo celebraba ya en el banquillo. Pero Paunovic no acertó y provocó dos cosas: dio vida al Barça y desató la ira de la grada. Rexach quitó un defensa (Reiziger) para reforzar con Zenden la banda derecha.
El Barcelona se sumió en un estado volcánico y nadie como Luis Enrique para retratarlo: el árbitro le expulsó por pleitear con Onopko. Lo que le faltaba a un equipo que comenzaba a ser víctima del crujir de dientes que invadió el Camp Nou.
La hinchada acabó por enfadarse con todo. Con los cambios también. Porque se fueron Guardiola y Overmars por dos futbolistas más defensivos como Gabri y Petit. Nadie lo entendió. El campo se convirtió en una pira donde se sucedieron las faltas, un paisaje ideal para el Oviedo, que atrapó el final con comodidad.
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