_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Catástrofes morales

Juan José Millás

El Ayuntamiento llevó a cabo hace poco un simulacro de catástrofe en el que hubo tres muertos falsos y cincuenta heridos imaginarios. La realidad no es tan caritativa. El lunes, sin necesidad de movilizar grandes efectivos, murieron de verdad dos obreros al despeñarse de un andamio. Se pregunta uno por qué recrea el Ayuntamiento catástrofes artificiales siendo tan rica la región en empresas de trabajo temporal. Nos gustaría asimismo saber por qué las autoridades no organizan nunca simulacros de catástrofes morales.

Imaginemos, por ejemplo, que un consejero de Educación se encuentra en el banquillo acusado de prevaricación y malversación de fondos públicos. Supongamos (y no se asusten: no es más que un simulacro) que hay por medio un lío de cuñados en el que uno de los cuñados, además de llamarse Antonio García-Trevijano, se queda con 15 millones de pesetas. Ya puestos a imaginar, imaginemos que, de forma paralela a estos hechos, cae sobre el alcalde la sospecha de haberse gastado alegremente, con su señora y la costurera de su señora, un dinero que no era suyo.

A esto es a lo que llamamos una catástrofe moral, sobre todo si el consejero y el alcalde pertenecen al mismo partido que, pongamos por caso, se niega a cambiar el nombre de un colegio público denominado General Mola por otro menos agresivo. No es normal que todo esto suceda, lo sé, pero si hiciéramos simulacros, sabríamos cómo actuar frente a la catástrofe.

En mi colegio hacíamos simulacros de incendios que eran muy bien recibidos porque rompían la rutina, además de enseñarnos a respirar sin tragarnos el humo. Pero jamás imaginábamos catástrofes emocionales, de manera que cuando el prefecto de disciplina fue sorprendido en un retrete abusando de un párvulo no supimos qué hacer. Conviene señalar la escalera de incendios y la salida de emergencia, pero hay incendios morales para los que no estamos preparados. Dios quiera que jamás veamos a Villapalos en el banquillo defendido por García-Trevijano, pero si puede explotar una bombona, por qué no puede estallar una prevaricación. Y si estalla, hay que saber si conviene dimitir o no. No lo sabemos, porque jamás hemos realizado un simulacro.

Tampoco estamos libres de que el alcalde, por razones incomprensibles, puesto que todo esto es mentira, fuera pillado regalando televisores y joyas, o viajando con su señora a cuenta del erario público. No es probable, lo sé, y tendrán ustedes muchas razones para tacharme de catastrofista, pero puede pasar. Cosas más raras hemos visto. Imaginemos, pues, por un momento a Álvarez del Manzano y señora hociqueando en el dinero de nuestras multas de tráfico e impuestos municipales. ¿Debe dimitir el alcalde o la costurera? Pues no lo sabemos, francamente, porque tampoco hemos hecho un simulacro. La gente tiene mucha imaginación para los incendios y las explosiones de gas, pero con los cohechos no se les ocurre nada.

Más ideas gratis: supongamos que los accidentes laborales aumentaran en la región una barbaridad: un 50%, por ejemplo. Ya sé que eso no es posible, no se amontonen, pero qué nos cuesta imaginarlo. Nada. Pues vayamos a ello. Digo yo que en un caso así saltarían todas las alarmas y las autoridades intervendrían muy seriamente y llamaríamos al Samur y a los bomberos, no lo sé, y no lo sé porque a nadie se le ha ocurrido todavía hacer un ensayo. Tampoco se le ha ocurrido a nadie pensar, y perdonen que esté hoy tan imaginativo, que el paseo de la Castellana de Madrid estuviera todo un invierno ocupado por trabajadores de una empresa con la que el Gobierno, Telefónica y Mas Canosa hubieran hecho cosas raras, dejando a miles de familias en la calle. Ya sé que es imposible, cómo va el Gobierno, que ha privatizado magistralmente Telefónica, a hacer una cosa así. Pero tampoco deberían estallar las bombonas de butano y estallan. Así que es mejor saber qué haríamos si, llegada la primavera, los empleados continuaran acampados en medio de la calle. Y qué mejor modo que hacer un simulacro. Les doy gratis hasta el nombre de la empresa, para que el área municipal de catástrofes morales empiece a trabajar: pongamos que se llama Sintel.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Y nada más, por hoy. Si ustedes me lo permiten, voy a simular que me abandonan mi mujer y mis hijos y que me cae encima una ETT, y que me explota el butano, además de ser domingo por la tarde. De este modo, cuando llegue el momento, sabré si tengo que llamar a los bomberos o al director espiritual de Álvarez del Manzano, que tienen una manga muy ancha. Feliz domingo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_