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Columna
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Lulú

Siempre me sorprendió la facilidad que tenemos para construir sílabas de difícil pronunciación cuando pretendemos modificar un sistema de enseñanza. Dicho con minúsculas para no estropear los ojos ni la garganta de nadie, hablamos de la logse, lru, lode, eso, lau, bup con la misma facilidad con la que aprendemos arameo o escuchamos las declaraciones de Fraga. Deberíamos hacer propuestas educativas más gratas, más eufónicas, fáciles de retener y de asimilar. Propongo, por ejemplo, que llamemos Lulú a ese intento repetido de hacer una LU, la nueva Ley Universitaria que nunca acaba de cuajar.

Cada vez que Lulú asoma la patita o mueve el rabo, le meten cada susto al pobre animalito que tarda un montón en volver a intentarlo. En esta ocasión se han abalanzado sobre él la Conferencia de Rectores, las juntas de gobierno, las asambleas de profesores, los sindicatos y hasta algunos alumnos que pasaban por allí. No seré yo quien defienda a Lulú, porque a mí también me parece un engendro pequeñito, insuficiente y desenfocado, que sólo sirve como animal de compañía para tranquilizar a las malas conciencias. Pero tampoco me gusta ver cómo abusan de la pobre criatura.

En lugar de juguetear y enseñarle a hacer volteretas al pobre Lulú, puesto que sólo es una mascota para el entretenimiento y alivio del personal universitario, le acusan de politizar a la Universidad, de atacar los cimientos autonómicos de la institución o de poner en peligro la cultura del milenio. Asustado como un dálmata ante Cruela de Vil, Lulú se retira una vez más, triste y con las orejas gachas.

Cuando Lulú ni siquiera era un aborto, nadie se rasgó las vestiduras por la incorporación a la Seguridad Social de los hospitales clínicos de las facultades de Medicina, heridas de muerte desde entonces y ahora desaparecidas en combate. Hasta podía haber miembros ajenos a la facultad en los tribunales a cátedras de Medicina. Y nadie se acordó de la autonomía, sólo se pensó que tocábamos a más en el reparto. Tampoco se acuerda nadie de la autonomía cuando se ven brillar las tarjetas de entidades bancarias como documento oficial de identificación universitaria o, simplemente, para intentar leer un libro en cualquiera de nuestras bibliotecas.

¿Que Lulú quiere politiquear? Sin duda alguna, al menos bajo mi punto de vista. Pero escandalizarse porque la Universidad y sus normas manifiesten actualmente tendencias y compromisos políticos me parece fuera de lugar, tanto desde un punto de vista histórico como social. De lo contrario, cómo se puede interpretar que existan vicerrectorados con el objetivo de ocuparse del profesorado y bienestar social, de calidad educativa y armonización europea o de cooperación internacional y solidaridad. Nos guste más o menos, tenemos que admitir que las juntas de gobierno imitan cada día más a los consejos de ministros.

Vuelvo a decir que este conato de Ley Universitaria, este Lulú pequeño y lanudo, ni me parece serio ni está a la altura de las circunstancias. Pero tampoco me parece bien asustar de esta manera al chucho, aunque Cruela de Vil se presente bajo la forma de Glenn Close o de cualquier otra y nos persiga, como en la película, hasta en las horas de trabajo por tener opinión propia.

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