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Espectáculo y perfección

Saber por qué el reinado de Luis XIV resulta tentador para una revisión, en términos cinematográficos, de Roberto Rossellini hasta esta Vatel que hoy nos ocupa, tal vez no resulte muy difícil. Periodo especialmente proclive a la intriga, como mostró el italiano en La toma del poder por Luis XIV, lo fue también por la concentración de talentos que se produjo en la corte más brillante de la Europa del XVII, de ahí que también el cine haya abordado biografías de Molière (más de una) o, más recientemente, del compositor Lully (La pasión del rey, de Gérard Corbiau). Aunque tal vez ninguna se haya ocupado con más fidelidad de reproducir en cine el concepto de espectáculo total tal como se creó en el Barroco.

VATEL

Director: Roland Joffé. Intérpretes: Gérard Depardieu, Uma Thurman, Tim Roth, Julian Glover, Julian Sands, Timoty Spall, Arielle Dombasle. Género: Drama histórico, Francia, 2000. Duración: 117 minutos.

Cuentan los memorialistas, empezando por la mismísima Madame de Sévigné, que en ocasión de una grandiosa fiesta, celebrada por el príncipe de Condé en su palacio de Chantilly, en 1671, para homenajear, y de paso reconquistar su amistad, a Luis XIV, el maestro de ceremonias, François Vatel, se suicidó porque... el pescado no llegó a tiempo para el banquete que clausuraba tres brillantes días de espectáculo, tal era su manía por la perfección de su cometido. De esta anécdota, con personajes (casi) todos históricos, una vuelta inesperada y una adaptación del especialista Tom Stoppard, surge Vatel, enésima revisión de un tema histórico realizada por el a menudo plúmbeo Roland Joffé (La misión), y con un, a estas alturas, insólito galán: Gérard Depardieu.

Sin dejar de lado su proclividad por el discurso moral -lo hay en prácticamente todos sus filmes-, Joffé decidió aquí recurrir a uno de los conflictos más inmortales a los que tiene acceso el cine histórico: el que enfrenta al creador con el mecenas; la libertad artística contra el absolutismo del poder. De eso va la cosa, pero más bien en un segundo, discreto plano. Porque lo que hace de Vatel por lo menos una película curiosa es otra cosa: la perfecta simbiosis entre reconstrucción del referente histórico, espectáculo teatral realizado para la cámara y, pirueta final, puro espectáculo cinematográfico de luz y color. Hay que quedarse ahí y no pedirle más, empezando por un más afinado discurso histórico. Pero si uno se conforma con la brillantez del espectáculo, no cabe duda de que ésta puede ser su película.

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