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El mérito de lo pésimo

Va para seis años que el PP gobierna en la Comunidad Valenciana y sería faltar a la verdad ningunear los resultados de su gestión en no pocos aspectos: crecimiento económico, disminución del paro, presencia política y social en el resto de España, infraestructuras..., entre otros. De hecho, los valencianos tienen una inmejorable opinión del trabajo desarrollado por Eduardo Zaplana y sus diferentes equipos. Tan es así que en estos momentos encuestas solventes concluyen que la distancia electoral entre el PP y el PSOE se sitúa entre los 17 y los 18 puntos. Un abismo imposible de salvar por el principal partido de la oposición, al menos a medio plazo.

Panorama tan idílico, sorprendentemente, se ve enturbiado más a menudo de lo razonable por unas actitudes y formas -consecuencia de una mala digestión de la mayoría absoluta que las urnas otorgaron al PP en 1999- absolutistas y autoritarias muy alejadas de la tolerancia y el talante liberal que se predica. Mejor dicho: se predicaba, porque ahora ni eso. Las manifestaciones de soberbia menudean y encuentran su máxima expresión en la constante exaltación de lo pésimo. El caso de Televisión Valenciana es paradigmático. Se defiende la bazofia y el sectarismo de Canal 9 porque es 'el modelo de los socialistas'. A lo que se ve el PP no ha tenido tiempo de cambiarlo en seis años. Y se justifican pagos inmorales a empresas radicadas en paraísos fiscales porque el PSOE 'ya hacía lo mismo', olvidando que las inversiones de los socialistas, más allá de la incongruencia que supone tales prácticas, contaban con las bendiciones del Ministerio de Hacienda y del Banco de España. Con independencia de haber esperado durante seis años, seis, a parir semejante ratón.

Zaplana hace del mérito de lo pésimo un escudo, una defensa y un arma de ataque sin que parezca importarle ni poco ni mucho la contradicción en la que incurre: las inmoralidades de los socialistas se convierten en virtudes si es él quien las realiza. No se puede invertir en las Islas Caimán, pero sí se puede pagar a empresas radicadas en ese paraíso fiscal. Eso en castellano tiene un nombre que nada tiene que ver ni con la ética de los principios ni con la de la responsabilidad. Pero no le va nada mal; máxime cuando, incluso, quienes se autoerigen en guardianes de la libertad de expresión jalean semejantes prácticas al tiempo que se mofan de una oposición que, la verdad sea dicha, resulta cualquier cosa menos brillante.

Malos tiempos éstos en los que la picaresca es considerada cota sublime de la acción política porque nada la justifica. Ni tan siquiera el hecho de que ayunos de ideas y con la bolsa vacía por haber gastado lo que tenían y empeñado lo que carecían, tengan que recurrir al ingenio para trampear mal que bien hasta el 2003. Y malos tiempos para este oficio de periodista, como bien se vió el sábado.

Zaplana, seis años después, entiende lo mejor, pero hace lo peor siguiendo, según él, la estela socialista. Valiente argumento para no asumir responsabilidades.

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