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Columna
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Administraciones y engaños

Ni los más exaltados promotores de la coalición PNV-EA habrían pensado, en la mañana del domingo pasado, que las elecciones vascas iban a proporcionarles tan excelentes resultados. Al final, tras unos comicios convocados a regañadientes, el lehendakari Ibarretxe cuenta con una cómoda mayoría, mayoría aún más legitimada por los altísimos porcentajes de participación conseguidos en los tres territorios.

Pero sin duda las actitudes más interesantes, a partir de la misma noche electoral, había que buscarlas en las filas del llamado constitucionalismo; actitudes discursivas, pero también, y quizás sobre todo, actitudes faciales, movimientos musculares, rictus, parálisis parciales: toda una anatomía contraída ante el desastre. Habrá que seguir los pasos del nuevo gobierno, claro, pero habrá que seguir con no menos atención los pasos de sus adversarios, políticos y sociales, donde la autocrítica parece tan difícil como en todos los que se creen en rigurosa posesión de la verdad.

A los pocos días, en medio del aturdimiento general del bloque constitucionalista, se habían consumado ya diversos insultos al electorado vasco (lo que, con un 80% de participación, supone insultar lisa y llanamente al propio pueblo vasco). Se le imputaba 'comodidad', 'insensibilidad', 'tribalismo', cuando no 'cobardía'. Debe ser duro considerarse demócrata cuando se desprecia tanto al pueblo. A lo mejor es imposible.

En esas posiciones residen altas dosis de autoengaño. Un engaño que viene de muy lejos, desde aquellos días de Ermua en que muchos vascos salimos a la calle en defensa de la vida de Miguel Ángel Blanco y en repulsa del insoportable fascismo de ETA. Muchos no quisieron entender aquello. Un ministro de Interior se apropió impunemente del espíritu de Ermua y algunos sonrieron complacidos. Lo que no acertaban a comprender es que aquella no era una manifestación de fervor españolista sino un movimiento de contestación al terror. A partir de entonces la perversión de Ermua llegó a extremos inimaginables, cuyas últimas miserias, tramadas en las interioridades de pequeños cenáculos, es mejor no describir.

El engaño (o el autoengaño) es un elemento decisivo de esta postcampaña, pero la palabra no ha salido demasiado en el debate público. La que sí ha salido es la palabra 'administración'. Se insta a los nacionalistas demócratas a 'administrar' bien la victoria, los votos, el respaldo popular, y sin duda tendrán que hacerlo con altas dosis de generosidad, mesura y prudencia.

Pero otros deberán administrar algunas otras cosas. Algunos tendrán que administrar el dolor de tantas víctimas que en la noche del domingo pasado se sintieron injuriadas por el electorado vasco. Algunos tendrán que administrar su irresponsabilidad y su frialdad al utilizar a tantas familias destrozadas con un móvil estrictamente partidista. Algunos tendrán que gestionar el dolor y el desengaño. Algunos tendrán que administrar la desesperanza y la sensación de soledad.

A las víctimas del terrorismo se las ha implicado en una guerra inútil. Se les ha inoculado la convicción de que el conjunto del nacionalismo era responsable de su dolor. Turbios políticos han obligado a interiorizar a mucha gente que el afecto que el pueblo vasco les debía pasaba por que ellos consiguieran el poder. Será difícil que los responsables de esa operación, auténticos traficantes de sentimientos e ilusiones, lleguen algún día a asumir tanta vileza.

Muchos hemos estado con las víctimas en espíritu, en la calle y en los periódicos, y lo hemos hecho desde muy distintas perspectivas políticas. Si ahora están decepcionadas es por culpa de quienes hicieron de ellas un ariete electoral. Su dolor nos afecta a todos. Por eso algunos deben responder de que, en virtud de mezquinas estrategias de partido, ese dolor pueda verse hoy aumentado. Y, desde luego, esta exigencia no debe cuestionar una realidad aún más contundente: que por encima de todo lo que nos une y nos separa, está la tremenda responsabilidad de ETA y de su entorno cuando busca arrebatarnos la vida, la democracia y la libertad.

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