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Tribuna:DEBATE | La polémica sobre el castellano
Tribuna
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El peso de la tradición

Si me preguntaran si el idioma español se impuso en España diría: 'Efectivamente'. Si bien, menos que la peseta. Si me preguntaran si fue por obra de la ley y la fuerza, diría que no tanto. No han faltado leyes, pero la fuerza del Estado para ejecutarlas ha sido limitada. Desde mediados del siglo XVI, cuatro de cada cinco españoles ya se entendían en castellano espontáneamente. El otro lo aprendió, más bien, por necesidad o interés. Juzguen el éxito de la imposición: en 1900 el 64% de la población era analfabeta.

Hecho el balance de la legislación lingüística -sin las matizaciones exigibles, pero que el espacio impide- podría decirse que hasta 1936 eran ilustrados, liberales y organizaciones obreras quienes defendían la comunidad lingüística en español, a veces, proponiendo la erradicación de otras lenguas. De aquí nacen normas, a veces delirantes, para limitar o liquidar el plurilingüismo. Algunas están hechas para instruir a rústicos en una lengua de más alcance que los bables o el vizcaíno, pero ¿quién pagaba al maestro cuando las escuelas dependían de los municipios y los municipios de señoritos sin interés en que los rústicos aprendieran español, se marcharan y dejaran de pagar rentas? Lo denunció Ramiro de Maeztu: 'La tierra de Vizcaya pertenece a una minoría de capitalistas que vive ociosa en las villas, con la única preocupación de impedir que se alteren las costumbres del país. Para que este sistema perdure es absolutamente indispensable que el casero no aprenda castellano, ni se roce con gente'.

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Se entiende así que sean las oligarquías locales, los conservadores y la Iglesia regionalista quienes más pugnen por el plurilingüismo y les inquiete enormemente la emigración y la mezcla. Esto explica que -a principios del siglo XX- voces dentro del movimiento obrero hagan una llamada al Gobierno para que prohíba las 'lenguas regionales' (como respuesta, Alfonso XIII se hacía socio de la Eusko Ikastkunza, sociedad para la unificación del eusquera); esto explica que en los ateneos obreros barceloneses los trabajadores consideraran al catalán 'una ranciedad'; esto explica que en 1931 el diputado socialista Enrique de Francisco manifestara en las Cortes que la enseñanza del vasco era un arma de la ultraderecha. No estaba descaminado; entonces un modelo de 'España plurilingüe' se exponía en un curioso libro de José Antonio publicado en catalán.

Al contrario de lo que se cree, la España plurilingüe nunca ha sido un proyecto ajeno a nuestro credo ultraconservador, ni al nacional-catolicismo. Eso sí, fue proyecto vejado en la guerra civil por sus propios mantenedores. Alzaron, al calor de los aires nazi-fascistas del momento, una España donde sólo se hablaba español, que era entonces la lengua de la Raza, de la Patria, del Imperio. De ahí la sañuda y arbitraria persecución de otras lenguas (y de hablantes de cualesquiera de las de España, que fue más grave) como símbolos censurables de desafecto, en ocasiones, a manos de las propias autoridades locales dispuestas a hacer méritos. Ejemplar en esto fue el obispo de Barcelona, que castellanizó el latín. El franquismo se pertrechó entonces de un modelo de lengua patriótica, falangista, afecta, imperial y total, y echó un manchón horrible -que todavía no hemos limpiado- a la fama de las dos grandes líneas mantenedoras de la comunidad lingüística de preguerra defensoras, en ocasiones, de la España unilingüe: la liberal (o la universalista de Unamuno) y la obrerista.

El catalanismo y el vasquismo católicos, por su parte, avanzaron con el tiempo su credo plurilingüe -no sin encontronazos con el régimen- que el Movimiento empieza tímidamente a reconocer a finales de los cincuenta (cuando aparecen, por ejemplo, las primeras ikastolas). El proceso tuvo éxito entre una izquierda que había perdido la memoria y todavía no la ha recuperado. Paso a paso, llegamos a las actuales leyes de normalización, cuyas exageraciones quizá no hubieran tenido éxito con la Constitución republicana en la mano.

Se entiende así que la España 'normalizante' y conservadora de lenguas se haya puesto de moda sin contestación posible, con una ingeniería social pasmosa. Que el proceso sea hijo de ideas liberales, progresistas y modernas -o que vaya a ser beneficioso para el conjunto de los trabajadores españoles- es muy discutible. Parece, más bien, un renuevo de nuestra tradición. Como tal, posiblemente levantará fronteras lingüísticas y humanas, creará pequeñas patrias unánimes, cerradas y 'protegidas' de los forasteros, todo entre proyectos de diferenciación cultural y lingüística que, al serlo para España, lo serán para Europa y de cuyos resultados avisó Konrad Lorenz en un ensayo de expresivo título: Sobre la agresión.

Juan Ramón Lodares es autor de Gente de Cervantes (Historia humana del idioma español).

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