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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

En Vietnam

El año pasado disfruté de unas magníficas vacaciones en Vietnam, país que recomiendo por su belleza, la bondad y amabilidad de su pueblo y unos precios que parecían más simbólicos que reales.

Un día, estando en la terraza del estupendo hotel Rex en Ciudad Ho Chi Minh (Saigón), un individuo desconocido y que llevaba una camiseta con una gran bandera de Estados Unidos, se acercó a nuestra mesa y en 'inglés' de Luisiana, nos preguntó si se podía sentar. Por educación y sorpresa, dijimos que sí. El señor simplemente quería compañía y al vernos no asiáticos, supuso que hablábamos la lengua del imperio y que debíamos querer su compañía.

Mis amigos iniciaron una forzada conversación, pero yo no dejaba de mirar con descaro la bandera que ostentosamente destacaba en su camiseta. Al darse cuenta, me preguntó el porqué de mi insistente y crítica mirada. Le respondí que me parecía una provocación que la llevara tan llamativamente en un país que si bien había sido el primero en toda la historia que había derrotado militarmente al gran imperio, esa bandera significaba la de un invasor que había causado la muerte de dos millones de vietnamitas y el horror imborrable para tantos heridos y supervivientes de aquella impune barbaridad.

E impune sigue, sin que a nadie se le haya ocurrido que este gigantesco crimen o la fechoría de lanzar dos bombas atómicas sobre dos ciudades (no dos bases militares o sobre la flota nipona), dos ciudades, digo, indefensas llenas de civiles, sean reos de alguna punición.

Milosevic y sus crímenes parecen cosa de aficionado al lado de estas masacres y si cada muerto es único e insustituible, no es lo mismo lamentar 15 que 15.000.

Tiene razón Ariel Dorfman al hablar en su artículo Aquella noche tan lejana de la culpable indiferencia de todos. Pero también es que todos sabemos que el concepto general de justicia aplicada rara vez alcanza a los poderosos.

Como era de suponer, el norteamericano del hotel Rex me respondió que se sentía muy orgulloso de lucir aquella bandera y se levantó de la mesa con la misma altanería con la que había llegado. Él era paisano del teniente Kerrey.-

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