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VISTO / OÍDO
Columna
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Error, crimen

No es verdad que un error sea peor que un crimen. No hay por qué adherirse a las frases históricas, y menos a las de épocas de violencia. Hay crímenes que no son errores: pero la categoría del crimen es siempre condenable. Hablo del crimen político, más allá y más grave que el delito privado; y en este momento, del crimen que comete el político para resolver un problema. Veo las imágenes de los responsables del Ministerio del Interior volviendo a la cárcel y, aparte del fastidio enorme de considerar el sistema judicial y penitenciario como un error, pienso en toda la colección de delitos y errores que salieron de esa mala época y que aún pagamos.

Claro que no se puede predecir el pasado: pero lo hacemos continuamente porque es un aprendizaje. Más allá del caso Marey, toda la política de represión violenta de una acción violenta fue crimen y error: equiparó una democracia naciente a un país con parapolicías o paramilitares; creyó que era la manera de triunfar y saldar una guerra que tenía otros fundamentos; se unió el gasto de fondos reservados a una corrupción muy amplia y permitió a la oposición un ataque frontal sobre un tema que no odiaba tanto como decía. Desprestigió políticos fundados, terminó de quemar una izquierda inocente y enredó al PSOE en una defensa disparatada de cánticos ante las cárceles como si todo él fuera responsable. No sabemos qué ha costado en la política de contención del terrorismo. Fue un crimen y simultáneamente un error. La reaparición de los nombres de estos responsables ante la Ley sigue perjudicando.

El error de Aznar no es equiparable. Sólo una finura de pensamiento crítico que no estoy dispuesto a tener podría considerar que hay una responsabilidad moral, cuando es sólo un mal talante político y una falta de cultura general, en los sucesos que continuaron al desprecio de la tregua, con esa obnubilación que consiste en negar lo que se está viendo. Tuvo una elección y se equivocó; como no puede creerlo, advierte ya desde el Parlamento que no va a cambiar su política. ¿No puede creerlo? Quizá sí, pero no puede exigir responsabilidades, no puede aparecer ante la opinión pública como el que creó una fábula; no puede ser el hombre que quiso aprovecharse de una acción criminal para atacar a otros y atacar con su partido el poder de una autonomía y amenazar a los demás. (Sin equívocos: el crimen es de quien lo perpetra).

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