_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Silicona

Rosa Montero

Acabo de regresar de un largo viaje por América Latina y en todos los países me han hablado, enigmática coincidencia, del auge de la cirugía plástica por esos lares entre las clases medias y pudientes. Al parecer se ha desatado un auténtico frenesí mutilatorio, una fiebre por el bricolaje corporal, de manera que hordas de mujeres y tropillas de hombres se cortan, se succionan, se rellenan y esculpen, dispuestos a alterar la realidad y a fingir que son otros con un coste feroz en carne y sangre.

Claro que también en España nos recauchutamos como locos, y he leído que en la China posmaoísta andan todos tajándose los párpados para lucir unos ojos occidentales y redondos: la moda de las operaciones estéticas es una enfermedad mental muy extendida. Pero tal vez sea cierto eso de que en América Latina están especialmente enganchados al bisturí; a fin de cuentas, los cirujanos plásticos más famosos son brasileños, y nunca había visto a las argentinas, que siempre han sido guapas, tan morrudas y turgentes como ahora.

Yo no sé si la crítica situación que viven muchos países latinoamericanos es un acicate subconsciente para entregarse al doloroso beso de la cuchilla. Despegarse la piel de la cara y estirarla, arrancarse costillas, filetearse la panza, alterar penosamente el propio cuerpo, ¿no supone acaso una evidente huida de la propia realidad, una elección de la mentira, una loca carrera hacia la nada? Grandes carteles callejeros anuncian un sujetador en la ciudad de México; se ve la foto de una chica luciendo la prenda con donaire, y junto a ella aparece la siguiente frase: 'Es ¡como operado!'. Fíjense bien: lo que se valora del sujetador, con mucha interjección y letra gorda, es que deja los senos como de plástico. Es lo sucedáneo como opción preferible a lo real, es el triunfo de la falsificación sobre lo verdadero.

Sólo así se entiende, por ejemplo, que Alan García, a quien muchos consideraron un redomado bribón hasta ayer mismo, regrese a las elecciones peruanas con impensable éxito. O sea, digamos que García guarda la misma relación con el sistema democrático que una prótesis de silicona con un pecho.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_