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Columna
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Reciclando

El Ayuntamiento de Valencia ha decretado ofensiva a favor del reciclaje, pero lo cierto es que a los contenedores generales de basura siguen yendo a parar cartones, plásticos, latas y briks. No veo yo al vecindario muy proclive a recorrer 20 metros en busca del recipiente más adecuado a sus desperdicios, y no sé si interpretarlo como una muestra de pereza insolidaria o como una señal de lucidez y rebeldía.En el interesantísimo ensayo de Jürgen Dahl titulado La última ilusión, que publicara entre nosotros Germanía, se denuncia un cierto cinismo en los mensajes que nos indican que la contaminación y la destrucción del entorno es culpa nuestra (de nuestros coches, sprays, detergentes, refrigeradores y refrescos). Según el autor, este reproche constituye una burla de la realidad, ya que no deja de ser un sarcasmo afirmar que la protección del medioambiente empieza en el hogar mientras las industrias y los ferrocarriles siguen usando fluorclorocarbonados. Se nos pide que apaguemos la luz, que nos desplacemos en bus, que reduzcamos la cisterna, pero se pierde agua absurdamente y no hay actividad humana que no requiera electricidad. Es sano caminar, pero todo queda condicionado a la automoción. 'La gasolina', dice Dahl, 'está detrás de cada huevo que comemos, de cada vaso de vino que bebemos y de cada libro que leemos'. Así, parece claro que en este mundo donde prima lo económico, los esfuerzos individuales no lograrán recuperar la armonía. A pesar de lo cual estoy con el autor en que el cuidado doméstico, ese afán de proteger un pequeño fragmento de nuestras vidas, adquiere un nuevo significado. No indica un retorno a lo privado, sino que se convierte en una especie de 'resistencia pasiva, desesperanzada pero digna, un boicot de partisano...una protesta desesperada'. Este Ayuntamiento, por ejemplo, hace muy mal depredando la huerta. Pero no por eso voy a dejar de secundar su petición de separar el vidrio y el papel. Más que un deber, lo exijo como un derecho individual, un resquicio simbólico -y quizá ridículamente pequeño- de rebeldía. Una oportunidad de salvar la decencia, sin ignorar que no basta para salvar el planeta.

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