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La formación de un mito

Robert Nesta Marley solía distraerse jugando al fútbol. En su gira europea de 1977 se golpeó fuertemente en un dedo del pie durante un partido contra periodistas franceses. Los médicos encontraron células cancerosas y quisieron amputarle el pie. Él se negó.

Hacía menos de un año que había sobrevivido a un atentado político en su casa en Kingston, durante la época electoral en Jamaica. Marley era un ya un ídolo popular que cantaba en contra de los opresores. En el tiroteo resultaron heridos Bob y Rita Marley, su representante y otros amigos; sus cinco niños salieron ilesos. Esa noche Bob Marley cantó con el brazo vendado en un mitin. Dos años después unió simbólicamente a los dos opositores políticos en un memorable concierto que concluyó con el himno One love.

El segundo de sus conciertos más famosos fue el que celebró por la independencia de Zimbabue, en 1980, donde ondeó la nueva bandera con los colores rastafaris.

El mensaje social y espiritual de Bob Marley caló en una época en la que el rock había perdido buena parte de su rebeldía. Pero tanto como su mensaje, fueron el personaje y el sensual ritmo reggae los que perpetuaron su marca. Sus discos escalaron a los primeros puestos en las listas de ventas, pero sus socios lo estafaron y él mismo regaló buena parte de su fortuna. Canciones como No woman no cry, Get up, stand up y I shot the sheriff (grabada por Eric Clapton) son ya clásicos. En Kingston, todo huele a Bob Marley, y 20 años después de su muerte, su mundo, su familia y sus sonidos son la principal atracción turística de la isla.

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