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Elecciones en el País Vasco
Columna
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Callejón sin salida

La democracia es, ante todo, acuerdo sobre determinados principios que no pueden ser siquiera sometidos a discusión. En un sistema político democrático se puede discutir casi todo, pero no todo. Es la indiscutibilidad de unas pocas cosas lo que nos permite discutir civilizadamente, esto es, políticamente todo lo demás. En el límite que la sociedad se impone en la discusión está el fundamento de la libertad. Pues la libertad no es natural, sino exclusivamente política. En el reino de la naturaleza no existe la libertad. Existe el azar o la necesidad. La libertad sólo existe en las sociedades humanas, y existe porque establecemos límites a dicha libertad para ordenar la convivencia. El límite es el elemento constitutivo de la libertad.

Este límite es el que representan la Constitución y, en un Estado políticamente descentralizado como el nuestro, los Estatutos de autonomía. Límite que puede ser reformado a través de los procedimientos de reforma en ellos previstos, pero únicamente a través de ellos. Mientras esto no ocurra, el límite tiene que ser aceptado, porque sin él no hay libertad para nadie. Ni para los que matan, ni para los que no matan pero no son asesinados, ni para los que no matan pero sí son asesinados, aunque, obviamente, no sea la misma la posición de cada uno de estos grupos. Los nacionalistas no son libres, aunque se sientan seguros. Los no nacionalistas ni se sienten seguros ni son libres. ETA es una amenaza para la vida de los no nacionalistas exclusivamente, pero es una amenaza para la libertad de todos, sean nacionalistas o no.

No es posible, en consecuencia, no coincidir con Mario Onaindía cuando afirma que en estas elecciones autonómicas no es la paz, sino la libertad, lo que está en juego. Podrá hablarse de paz cuando haya libertad, pero no antes. Y eso exige el reconocimiento del límite, sin el cual la libertad no existe. Esto es lo que decía al punto primero del Pacto de Ajuria Enea. Solamente se puede hacer política dentro del Estatuto de Gernika, que puede ser reformado, pero que sólo podrá serlo por el procedimiento de reforma que en él se contempla. Fuera del Estatuto, sin reforma o con ella, venía a decir el Pacto de Ajuria Enea, sólo hay terrorismo.

Y esto sigue siendo así hoy como entonces. La apuesta por la paz que supuso el Pacto de Lizarra, que no hay razones para pensar que no fuera sincera por parte del PNV-EA, era un espejismo, en la medida en que, al situarse fuera del marco constitucional-estatutario, suponía la negación de la libertad, aunque se disfrazara transitoriamente en aumento de la seguridad. Hoy ya no queda ninguna duda de que la apuesta fue ilusoria y que ese camino no conduce a ninguna parte. Sin libertad no habrá ni seguridad ni paz de manera indefinida.

Se impone, pues, la vuelta a la Constitución y al Estatuto. Pero una vuelta de verdad por parte de todos. La Constitución y el Estatuto tienen que ser puntos de encuentro y no armas arrojadizas. El rechazo a aceptar que el PNV se pueda insertar en el marco constitucional-estatutario, porque firmó el Pacto de Lizarra, es una forma soterrada y espuria de no aceptar la Constitución y el Estatuto. Hay una forma de jurar por la Constitución y el Estatuto que se parece bastante a jurar en vano. Sí a la Constitución y al Estatuto porque niego con ello la legitimidad del adversario. Eso no es jugar limpio. El PNV no es EH y no puede ser tratado como si lo fuera. Si se quiere asegurar la gobernabilidad del País Vasco haciendo abstracción de los escaños de EH, no se puede encerrar al PNV en el cajón sin salida de la equiparación con ETA-EH. Espero que no se me enfade nadie si recuerdo que la primera regla de la tauromaquia es que hay que dejarle una salida al toro. Los callejones sin salida no solucionan nunca nada.

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