Mr. Tito en el espacio
Sólo por muchísimo dinero iría al cohete que lleva a Mr. Tito a la nave espacial. Ha pagado 3.700 millones de pesetas para ser el primer turista del espacio: quizá porque ya no experimenta otras emociones. Vive solo en una casa de una colina que domina Los Ángeles y el Pacífico. Debe necesitar una vista más conmovedora, como es el espacio: a mí me impresiona poco en el cine, y los muñequitos a cámara lenta me parecen curiosos y divertidos. Su compañía de consultores de inversiones tiene 3.000 millones de dólares en propiedades, y lo que ha pagado por el capricho -si los sueños de una vida se pueden llamar caprichos- no le supone nada.
En torno a este extraño viajero hay toda clase de discusiones: son vacías. Su presencia tiene un valor de propaganda: demostrar que puede ir cualquiera en ese transporte. Un camino abierto hacia un gran turismo que irá bajando de precio, una demostración de que el espacio es de todos, y crearán ciudades espaciales. Al final podrán enviar a inmigrantes y deportar a rojos ateos. Parece que tengo algunas cosas en común. Sus hijos dicen que es 'librepensador'. Sus amigos, que es un poco infantil. Y que le gusta la música: se lleva al viaje algunos de sus discos. Yo prefiero un buen libro en casa, un buen programa, una película: y el teatro. Cada vez son más difíciles: el arte sufre bajo el látigo del pensamiento único y del miedo y la codicia de los creadores, y yo necesito cada vez algo mejor: no sé releer ni volver a ver: sólo la música gana al repetirse.
En mi piso de alquiler veo las montañas cubiertas de nieve, y la silueta de El Escorial, los árboles de la Casa de Campo y unas nubes de ocaso de cuadro de Velázquez. Como soy verdaderamente anciano me gusta ver lo nuestro: las plantas, los animales, los niños. Y sentarme a ver pasar las chicas, que es algo muy nuestro. Los casinos sacan a sus puertas unos sillones de mimbres para sus socios más antiguos: sólo se sientan para eso. Ellas lo saben, y cada vez acentúan más su condición de espectáculo.
Ya no hay feas. Ellas lo saben: el viejo mirón es un gran estímulo para la libertad en el vestir o no vestir. A veces dicen a sus compañeras: 'Mira el viejo verde, el tío asqueroso'. Las madrileñas... Pero están satisfechas: en la mirada de tantas dioptrías tienen la prueba de que sus sueños se cumplen al pasar por el espacio de la calle. Al andar culeando por la calle de Alcalá.