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Columna
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El comercio de seres humanos

Comerciar con su propio cuerpo y sobre todo con los de los demás son prácticas viejas que han acompañado, desde sus mismos inicios, a la humanidad en su ya largo periplo. En algunas épocas, las formas más celebradas de este negocio han sido formalmente institucionalizadas (la esclavitud, componente esencial de la vida económica en muchas civilizaciones y en ocasiones verdadero comercio de Estado) e incluso, en algunos contextos, sacralizadas (la prostitución). Lo único nuevo que han aportado nuestras sociedades a este nihil novum sub sole han sido la hipocresía en su tratamiento y los modos económicos del mercado global. El tráfico tradicional de seres humanos, debidamente adobado de retóricas condenas políticas y de convenios tan enfáticos como inútiles, ha sido elevado a la condición de industria mundial de masa. Sus productos más codiciados son los niños de ambos sexos y los emigrantes de los países del Sur. Sus mejores agentes son los grandes actores de la criminalidad organizada y, entre ellos, de forma eminente, las mafias.

La economía del crimen es uno de los sectores económicos con un índice de crecimiento más fuerte y, sobre todo, más sostenido. A pesar de la dificultad que supone evaluar el volumen mundial de negocios que representan las actividades criminales, en particular las mafiosas, los diversos estudios de que se dispone y, de manera especial, las informaciones que provienen del departamento de estadística del FMI, lo sitúan por encima del billón de dolares, es decir, casi dos veces superior al Producto Interior Bruto español. Por otra parte, las extrapolaciones más fiables practicadas en base a los datos contrastados del blanqueo de dinero, así como los estudios monográficos nacionales -Susini, Kaplan, Handelman, Miletitch, Sifakis, McCoy, Bianchini, Lacoste, etc- confirman la estimación anterior. Los dos componentes capitales de tan impresionante masa comercial son el narcotráfico y la compraventa de seres humanos, que se reparten en proporciones muy próximas, pero con ventaja para el segundo, el 80% de los beneficios que genera el negocio del crimen. Pues parece que a pesar de la extraordinaria generalización del uso de las drogas, la gestión de la esclavitud sigue siendo la actividad criminal más lucrativa. Esclavitud que desde la tradicional trata de esclavos se ha diversificado en múltiples formas que responden a las demandas actuales de nuestras sociedades, cuyo objeto privilegiado son los niños: venta de niños para su adopción, prostitución infantil, utilización de los niños en los conflictos armados, explotación del trabajo infantil, compraventa de organos humanos...

La mercancía de este abyecto negocio procede obviamente de los países y de las clases sociales más pobres, y la dimensión de este tráfico está alcanzando niveles vertiginosos. Una sola cifra impresionante, avalada por la autoridad de la OIT: hoy se explota laboralmente en el mundo a más de 100 millones de niños. Según la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en los últimos 30 años el tráfico de mujeres y niños en Asia destinados a consumo sexual supera los 30 millones, es decir, más de un millón por año. El reclutamiento es siempre el mismo: el engaño mediante promesas o directamente el secuestro. Y el destino también: el burdel. Algunos países parecen haberse especializado en la función de proveedores y otros de receptores de esta mercancía humana: más de 7.000 niñas y muchachas nepalesas son vendidas cada año en la India como trabajadoras del sexo y, según la policía, cerca de doscientas mil trabajan en los burdeles de Bombay y Nueva Delhi, la mayoría de ellas entre 12 y 16 años.

El otro gran sector comercial es el del tráfico de emigrantes, donde la competencia entre mafias y pequeños traficantes es feroz. El precio medio del viaje marítimo -de 500 a 800 personas, sin comida, casi sin agua y hacinados en la cala de carcasas que apenas flotan- entre Asia/África y Europa oscila entre 2.000 y 6.000 dólares, a lo que hay que agregar el coste del tránsito terrestre. Las familias kurdas que vienen desde Bagdad a pie a Estambul tienen que pagar 4.000 dólares por la caminata, añadir 10.000 dólares por su transporte en zodiac hasta Italia y para atravesar Francia y llegar hasta Inglaterra encontrar 1.500 dólares. Un total de 15.500, que les ata de por vida a sus benefactores. ¿De verdad que no podemos hacer nada?

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