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Mirones en la 'fira'

El festejo de Barcelona marca las diferencias respecto a las ferias andaluzas

Tereixa Constenla

En la Feria de Abril de Cataluña, a diferencia del natural exhibicionismo sevillano, se mira mucho. Nada mejor para integrarse y confundirse con un andaluz de Santa Coloma de Gramenet que sumarse a los corrillos de mirones que se juntan en las puertas de las casetas que, por vez primera en sus 30 años de historia, se han montado en Barcelona.

Uno de los corrillos más concurridos del domingo se formó para seguir el ritmo de una novia y sus invitadas, que a lo mejor el primer hecho diferencial consiste en arrancar la noche de bodas con manzanilla. Tampoco desmereció en público el esfuerzo de una adolescente que compensaba sus braceos arrítmicos con una raja de su falda que invitaba a salir corriendo a chocar con un Seat Panda lleno de volantes.

Los trajes de gitana son otro hecho diferencial en Cataluña. Primero, porque son pocos. Y segundo, porque son grunge. Para integrarse de verdad hay que buscar el atuendo mestizo: un traje de flamenca hasta el tobillo para lucir de paso zapatillas deportivas nuevas. O superponer chaquetita de punto y dejar que asome el chándal bajo los volantes.

Pero lo más, lo más, que tiene pinta de ser moda porque el domingo había por lo menos dos paseándose por el recinto ferial, son los trajes de gitana combinados con los cuadros escoceses. Una monería calentita. Iban ellas pizpiretas envueltas en volantes fucsia y negros y arropadas con una manta de puro cuadro escocés de rayas rojas y verdes de los MacRae de toda la vida. Era extraño porque nadie las miraba, ni siquiera de reojo, y aquí miran muchísimo.

Levantas un brazo porque te aprieta la sisa y se te arremolinan cuatro en un tris-tras porque creen que te vas a arrancar por bulerías. Por mirar, miran hasta el reloj en el parón entre la tercera y la cuarta, y no es algo baladí porque la feria tiene horario de cierre. El domingo, a las 2.00, apagaron las luces y cesó la música. La gente silbó y silbó hasta cansarse y comenzar una ordenada retirada.

Los de fuera miran también por la lengua, pero se oye un poco de todo, lógico teniendo en cuenta que se trata de uno de los acontecimientos lúdicos que más gente movilizan en Cataluña. Que es masiva lo saben bien los taxistas: 'Esta feria es para todo el mundo'.

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A pesar de que le gana a la romería de Montserrat (el año pasado se contabilizaron tres millones de visitas en el recinto ferial), la cordobesa María Muñoz, que lleva más de 30 años en Barcelona, no la cambiaría por las andaluzas. De hecho, se espanta con la pregunta: 'No, hombre, en la vida, ¿cómo va a ser mejor la de aquí?, lo que pasa es que no tenemos otra cosa'. Aclarado. María Muñoz es tradicionalista: prefiere bailar en Córdoba y vivir en Barcelona. Si puede incluso estrena traje de gitana en cada feria y está al tanto del prêt-à-porter del volante: 'Este año se llevan caídos, con los volantes bajos'.

Descubrir la sevillana de moda es más complicado. Los interpelados miraban atónitos, calibrando si el curioso está en sus cabales o es de fuera. Lo mejor es desistir para pasar desapercibido y optar por el método deductivo: si hay sevillana de moda, tiene que atronar al menos dos veces en media hora. En ese tiempo sonó el pasadoble Viva España, una de Azúcar Moreno, el Corazón espinado de Santana y, a punto de expirar el minutaje establecido, sonó la flauta.

Primero se pinchó en la caseta de la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío de la Divina Pastora de Mataró y, a continuación, en la de FAMAC, la entidad que vende el cupón del minusválido en Cataluña. No responde a la estructura clásica de la sevillana, pero La bomba sonó dos veces.

Comida de Navidad en la capilla de Sant Llàtzer de Barcelona organizada por la Comunidad de San Egidio.
Comida de Navidad en la capilla de Sant Llàtzer de Barcelona organizada por la Comunidad de San Egidio.JOAN GUERRERP

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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