La línea de quiebra
Desde el episodio de Ermua, el fantasma del enfrentamiento civil eriza de forma esporádica la piel del País Vasco e inspira un animado debate sobre su eventual advenimiento. La cátedra coincide en que, salvo chispazos puntuales de indignación tras un atentado o acto de provocación significado, todavía no puede hablarse de ese riesgo contra el que todos los políticos vascos advierten de boca y muy pocos tratan de conjurar. La quiebra, de haberla, existe entre las fuerzas políticas, pero no entre la sociedad, se dice. Y eso es todavía cierto, pero sería suicida dejar sola a la providencia en la tarea de impedir que ocurra.
La persistencia del terrorismo ha llevado en Euskadi la cuestión de la identidad nacional hasta extremos inimaginables. Pocas sociedades has sido sometidas a tan extenuante escrutinio sobre sus sentimientos de pertenencia. A la presión de la violencia y al permanente ejercicio ignaciano de introspección que impone el discurso nacionalista, se suma la catarata de estudios sociológicos para calibrar cada dos días si el ciudadano vasco se siente hoy únicamente vasco, más vasco que ayer o vasco-español en diversos grados, y de qué modo le gustaría vivir su vasquidad. Con este tratamiento de choque, casi es un milagro que la mayoría de la sociedad vasca siga manteniendo un nivel aceptable de cordura e integración.
Hay quien sostiene que si, pese a los ímprobos esfuerzos de algunos, no ha cuajado en Euskadi la dialéctica del nosotros frente a ellos (la división en dos comunidades al estilo irlandés o balcánico), no es sólo por una cuestión de madurez social sino también de elevado bienestar económico. El nacionalista vasco más furibundo podrá acusarle al que no se define como tal de su infelicidad -reproche ya de por sí grave-, pero en modo alguno de su miseria. Además, la solución final emprendida por ETA tras la tregua ha desplazado la posible línea de fractura social, haciendo que ya no discurra entre los nacionalistas y los no nacionalistas. En estos momentos, la verdadera quiebra está entre la comunidad de los amenazados y la de quienes todavía no lo están.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.