La espalda del Fondo Monetario
La reunión de primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) acaba como otras muchas anteriores: entre el error en sus previsiones y la retórica de las declaraciones. Las instituciones de Bretton Woods no logran adecuarse a los nuevos tiempos, lo que las conduce al descrédito ciudadano, ante el estupor de sus altos funcionarios que no entienden el creciente factor de deslegitimación que las debilita.
El pasado jueves se hacía público el Informe de Perspectivas Económicas Mundiales, que cada seis meses publica el FMI. En él se hablaba, en relación con EEUU, de 'marcada ralentización', del 'peor ejercicio económico en la última década' con un crecimiento de sólo el 1,5% durante 2001; los analistas más severos coincidían con el Fondo en que la economía americana oscilaba entre el crecimiento cero y la recesión, y el Departamento del Tesoro pronosticaba un incremento del PIB de tan sólo un 1% en el primer trimestre del año. Casi todos los datos confirmaban esa versión pesimista de la coyuntura; el último conocido, el índice de confianza del consumidor, había experimentado en abril su nivel más bajo en cuatro años y medio. Pues bien, un día después del dato del FMI, el Departamento de Comercio de EE UU daba un crecimiento (provisional) del primer trimestre del 2%, el doble de la previsión más optimista, poniendo en cuestión la validez del resto de las estadísticas proporcionadas por el organismo internacional.
El error puede ser justificable (no tanto cuando es continuado), pero no la retórica. Una vez más esta asamblea se ha centrado en lo urgente -la desaceleración de la economía mundial- olvidando lo importante: las gigantescas bolsas de pobreza que hay en el mundo. Tan sólo unas palabras del presidente del BM, James Wolfensohn, han recordado la dimensión del problema, contenido en el Informe sobre el Desarrollo Mundial 2000/2001 del propio banco: de una población total de 6.000 millones de habitantes, 2.800 millones viven con menos de dos dólares al día, y 1.200 millones con menos de un dólar al día; seis de cada cien niños no llegan a cumplir el primer año, y ocho no llegan a su quinto cumpleaños. Entre los que alcanzan la edad escolar, nueve niños (y 14 niñas) de cada 100 no van a la escuela primaria; en los próximos 25 años se sumarán a la población mundial aproximadamente 2.000 millones de personas, de las cuales un 97% lo hará en los países en desarrollo, etcétera. Esto también es economía.
El BM ofrece cinco medidas para paliar esta situación, que son mucho o poco según se concreten: promover la estabilidad financiera mundial y abrir los mercados de los países ricos a los productos agrícolas, manufacturas y servicios de los países pobres; superar la brecha digital y de conocimientos, acercando la tecnología y la información a las personas de todo el mundo; ofrecer recursos financieros y de otro tipo para los bienes públicos internacionales, en especial la investigación médica y agrícola; incrementar la ayuda y el alivio de la deuda para apoyar a los países que adopten medidas contra la pobreza, dentro de un marco general que coloque a los países mismos -no a los organismos de ayuda externa- en el centro del diseño de la estrategia de desarrollo y garantice que los recursos externos se utilicen de manera eficaz en apoyo de la reducción de la pobreza; ofrecer a los países y personas pobres la oportunidad de hacerse escuchar en los foros mundiales, en particular mediante contactos internacionales con las organizaciones establecidas por los propios pobres.
¿Se ha avanzado en la concreción de alguno de estos conceptos en la asamblea del FMI y del BM? La retórica ha vencido una vez más a la voluntad política. De los 183 países que pertenecen al FMI sólo cuentan unos pocos.
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