La desazón del inspector

Vicente Rambla, consejero de Hacienda, asumió el cargo con el mandato de poner orden en las cuentas de la Generalitat. A pesar de su juventud, Rambla venía avalado por su trayectoria profesional como inspector de Hacienda. En su primer contacto con la gestión pública se enfrentó a un hueso duro de roer. Joaquín Farnós, consejero de Sanidad durante la pasada legislatura, le encomendó la dirección general de recursos económicos y financieros.

Rambla olvidó temporalmente el desbocado crecimiento del gasto farmacéutico, entre otros quebraderos de cabeza, cuando fue nombrado delegado territorial de la Agencia Tributaria en la Comunidad Valenciana.

Desde que llegó a la Consejería de Hacienda se ha esforzado por desvincularse de la gestión de su predecesor en el cargo. Apenas había revisado las cuentas cuando forzó un acuerdo del Consell, en agosto de 1999, para congelar todas las inversiones que todavía no se hubieran comprometido en firme.

Rambla sólo ha cumplido un ejercicio completo al frente de la Consejería de Hacienda y pide algo de tiempo para reconducir la situación financiera de la Generalitat. Sus dos grandes preocupaciones actuales son las obras de la Ciudad de las Artes y las Ciencias y las inversiones que debe acometer la empresa constituida para desarrollar las obras pendientes para culminar el mapa escolar. Rambla hace un esfuerzo pedagógico cada vez que alude a la deuda de la Generalitat y recuerda que destinar un 5% del presupuesto a dotaciones públicas no es excesivo.

Sin embargo, debe sentir auténtica desazón cada vez que oye hablar de 'fórmulas imaginativas' para afrontar nuevas inversiones. La última, la próxima construcción de una planta de regasificación con una inversión prevista de 62.000 millones a través de una sociedad en la que la Generalitat participa con un 30%, y que José Luis Olivas anunció el pasado jueves.