Republicanos
(A Pedro y Luis)
Cada cual con su historia a cuestas, pero la República en la de todos, acarrearon durante décadas con la culpa de haber defendido la causa de la legalidad. Encarcelados, expatriados, señalados, expoliados, despedidos, depurados, doloridos, no sólo de la propia desgracia y el luto por los que cayeron, sino principalmente ante la miseria ajena, aquella que se apoderó de quienes delataban a cambio de una cartilla de racionamiento o por un lugar al sol del estraperlo donde se amasarían fortunas. Hibernaron, como topos mentales, al calor del ideal, arropados por la certeza de haber hecho lo correcto, y así lograron sobrevivir al primer exterminio y a una posguerra inacabable que no tenía catorces de abril porque todo eran 18 de julio (con criminales condecorados galleando por las calles). Los más atrevidos osaron, en los 70, silbar en la ducha el Himno de Riego, y algunas banderas tricolores salieron de los armarios para una transición en cuya sustancia política jamás estuvo cuestionar la forma del Estado. Y naturalmente, también se supo que no pagarían su culpa los traidores.
Pero aquellos veteranos de la República ya se reunían y asociaban, aunque sólo fuera por reivindicar la dignidad, y buceaban en archivos polvorientos para demostrar que, además de los caballeros mutilados y los ex combatientes junto a Franco, hubo legión de ciudadanos que defendieron la democracia. No fue fácil, y gracias a las exiguas pensiones y a la propina-indemnización que lograron los presos, han podido llenar la nevera muchos de aquellos cuya vida destrozara la sublevación.
Incluso de los más jóvenes, de aquellos chiquillos de la quinta del biberón, van quedando pocos. Y ahora dan su misión por cumplida. ¿Sabremos reconocer, tras su paso, el aroma de la libertad, el sueño de un futuro mejor?
Observatorio de la publicidad: Un travesti se pone al volante y pierde los atributos femeninos. Pelo en pecho y cara de fiera, la fuerza rodante obra el milagro de hacer del piloto un ser superior. Olvidé la marca, pero se trata de un motor de inyección (de testosterona, por supuesto).
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