Periódico macho
Muchos de los productos de nuestro tiempo, físicos o intelectuales, materiales o virtuales, se han feminizado; han perdido al menos su carácter macho. El diseño gráfico, los coches, los teléfonos, la radio, han cambiado su condición de producto de hombres, adquirible por los hombres, orientados de acuerdo con el sentir y el creer de los hombres, para convertirse en asuntos de ambos sexos. Ni los anagramas de las compañías, los uniformes de los deportistas, el Museo Guggenheim o las torres KIO, las páginas web, son típicamente masculinos. La transformación de la televisión de entretenimiento, del cine de entretenimiento, de la literatura popular, han seguido la variación del nuevo público sexual interesado por ello. No se diga nada de un medio de comunicación tan significativo como la publicidad, dentro o fuera de la red, y ampliamente colonizada por los modos y gustos femeninos. El medio, sin embargo, que permanece incomprensiblemente obsoleto, varonil, apoltronado en la masculinidad es, sobre todos, el periódico.
No se quiere decir que el periódico haya permanecido sin cambios, pero no tantos como para integrarse en la nueva realidad. Las revistas semanales hace tiempo que han girado hacia la nueva cualidad de la demanda, pero los periódicos, con algunos retoques, permanecen anclados en un pasado de tertulias varoniles, con eructos y reflexiones de bicarbonato, que sólo se da respiro en los domingos, cuando cierran esos clubes vetustos y la ciudad emerge con un aspecto excepcional, amenizada con puestos de flores y dulces surtidos en las pastelerías.
La feminidad posee una creciente influencia en la sociedad y en la política, pero el periódico es un instrumento de moral masculina, con todos los ingredientes estéticos de esa opción. Al periódico le sobra rigidez, no entiende en general el rigor sin aparecer severo y antipático y reitera con demasiada frecuencia sus editoriales con asuntos políticos. Por contraste, el pobre tratamiento, aún, de la sección Sociedad es un síntoma de su carácter. La sección de Sociedad, donde se suma la educación, la ciencia, la comunicación, la sanidad, la religión, la medicina, el cosmos, la alimentación, el medio ambiente, los estudios sociológicos, psicológicos o antropológicos y los fenómenos paranormales sigue a rastras de las páginas que no ocupe la política. Esa sección que supuestamente debería ser el centro solar del diario está tratada como una agrupación satélite, siempre expuesta a perder espacio en beneficio de lo político.
Si a los lectores se les reclama sobre sus intereses será fácil registrar que son los hombres, antes que las mujeres, quienes manifiestan prelación por noticias sobre ministros y partidos. En un periódico que se concibiera más abiertamente, la política no recibiría esta relevancia y aparecerían espontáneamente secciones de las que ahora apenas hay tratamiento. Puede ser que en un mundo de fuerte poder masculino, en tiempos de mayor simplicidad social o de gran conflicto, la política pudiera trazar el destino de los ciudadanos, pero hoy la política es más que nunca un subproducto de otras cosas: no marca valores ni tendencias, no decide la idea del mundo ni ordena los valores. Los periódicos, no todos los periódicos, pero sí muchos de los existentes, tienen desgastado el punto de mira, oxidadas sus lentes, aberradas sus medidas de lo que es importante o no en el siglo XXI.
El periódico es, además, un artículo innecesariamente adusto y gris, privado de humor, y cada vez más previsible por el efecto de los otros medios de comunicación más rápidos y listos. El periódico, tal como se hace generalmente en España, expulsa de sí a un público tan decisivo como el de las nuevas mujeres y, de paso, a todos los que con ellas se han hartado de fruncir el ceño y leer las noticias como si debieran soportar una lección superior. El porvenir técnico y formal de los periódicos está puesto en cuestión por las innovaciones de Internet, pero sobre todo está siendo amenazado por sí mismo, por la obstinada insistencia en la rancia testosterona de su concepción y de su estilo.
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