Ballester: El último escultor republicano
Cuando en los inicios del tercer milenio fallecía, en Cataluña el escultor valenciano Antonio Tonico Ballester Vilaseca (Valencia, 1910-Alella, Barcelona, 2001), muchos supimos que se cerraba una página de la historia del arte de este país. La llamada Generación de los Treinta perdía, en cierto modo, al último escultor superviviente de ese núcleo de artistas nacidos en el País Valenciano, formados en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, que les tocó padecer en vida una dictadura, una guerra y un exilio. Y un franquismo que los devoró a todos, hasta que volvieron a respirar, los últimos años de su vida una democracia imperfecta.
Tonico Ballester, se dio a conocer en el periodo republicano ganando el concurso internacional del Monumento de los españoles a la comandancia del Uruguay (1929) erigido en Paysandú (Uruguay), con una obra, según Aguilera Cerni, influenciada por Lipchitz y Laurens.
Formó parte del núcleo de escultores valencianos republicanos -Badía, Boix, Pérez Contel, etc- que rompieron con el canon académico de Mariano Benlliure, conectaron con las vanguardias europeas y su obra se echó a perder por la maldita posguerra franquista que los cercenó en vida con la cárcel, el academicismo oficial y el drama del exilio.
La obra escultórica de esa generación, se perdió en la bruma de un taller carcelario (la Modelo de Valencia), la imaginería religiosa de encargo o los talleres lejanos en la Ciudad de México, Los Ángeles o París.
Hizo falta que Manuel Arenas y Pedro Azara reconstruyeran con la muestra Art contra la guerra el arte republicano español, para que supiéramos lo que había dado de sí la escultura de ese periodo. Al cabo de los años comprendimos que la vanguardia escultórica española de los treinta estuvo en el exilio en Moscú (Alberto Sánchez) y en París (Julio González) o continuaba en la posguerra con artistas tan diversos como Ángel Ferrant, Jorge Oteiza, Leandre Cristófol, etc. El resto se perdió en la lucha por la supervivencia. Por muchos esfuerzos exegéticos que hagan los historiadores del arte valenciano, sabemos, hace tiempo, que las expectativas artísticas valencianas del periodo republicano se quedaron en intentos de renovación y para de contar.
Tonico Ballester que sufrió cárcel en Valencia (1939-40), exilio interior local (1940-46) y emigración en México y los Estados Unidos de Norteamérica -donde hizo figuras de cera para iconos cinematográficos de Hollywood- fue recuperado por el Instituto Valenciano de Arte Moderno -comisariada por Juan-Manuel Bonet y Josep-Ramón Escrivá- que le dedicó una retrospectiva póstuma y cuidado catálogo que sacó a la luz las mejores piezas, dibujos, gráficas de este escultor.
Al retorno a Valencia, en los sesenta, Tonico Ballester trabajó para Lladró -un industrial de la cerámica cursi con éxito-, que no acabó de entender el sentido formalmente renovador que le proponía un artista con talento, formado en el taller de su padre, coetáneo de Renau, que había trabajado con Félix Candela.
Aguilera Cerni, que promovió y argumentó la primera retrospectiva de Tonico Ballester en el Ayuntamiento de Valencia (1986), sabe muy bien que lo mejor que hay de escultura en esta comunidad, desde J. B. Adsuara a Miquel Navarro, pasa por algunas piezas republicanas de este creador.
La saga artística e intelectual de los Ballester-Gaos-Renau pierde al escultor de la familia.
Manuel García es crítico e historiador del arte.
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