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Columna
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De vuelta

A mí que no me digan, pero -vista como va la vida- todo es cíclico. Pasó la Semana Santa y ya estamos de vuelta, retomando las mismas tareas que emprendimos los años anteriores con similares afanes y pariguales frustraciones. O sea, que estamos donde estábamos antes de que, siguiendo la tradición, nos marcháramos a tomar vientos para conmemorar la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Esta reflexión acerca de los círculos concéntricos que marca la vida también es anual y por estas fechas. Uno se da cuenta, al volver, de que el asueto pasó demasiado rápido, que a lo mejor no mereció la pena irse a tomar vientos a la playa, pues, mientras la placentera toma duró un suspiro, la espesa marcha por las carreteras no terminaba nunca; y que, al reemprender los cotidianos quehaceres, todo seguía igual.

Lejos de mí la funesta manía de pensar -que dijo el facha castrense en un arrebato de poesía-, mas resulta inevitable señalar que apenas hace cuatro días lo que celebrábamos no era la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, sino su Nacimiento y la Epifanía, con la inevitable aportación de un presupuesto que superó las pagas de Navidad y nos dejó endeudados hasta las cejas.

El tiempo vuela, apostilló otro poeta, y los psicólogos, los informáticos, los tertulianos y los estudiosos del azaroso devenir, solos y por junto forjadores de la opinión políticamente correcta, se apresuraron a precisar que es debido al trepidante ritmo de vida que llevamos.

No está uno muy seguro, sin embargo. El tiempo vuela igual de raudo para los ejecutivos de trepidante vida, para los pluriempleados de penoso subsistir, para los desesperados buscadores de un empleo, para los jóvenes que vienen pegando y para los viejos que ya están para allá y aguardan el fin sumidos en un aburrimiento mortal.

Décadas atrás hubo en que el tiempo no corría tanto o por lo menos no se notaba. Entre la Navidad y la Semana Santa mediaba largo trecho, otro aún mayor entre esta festividad litúrgica y el veraneo; las vacaciones eran duraderas, se percibía en ellas la sensación del paso de los días y las horas, y hasta dejaban huella... Y les ocurría lo mismo a los trabajadores que a los ociosos, a los intelectuales que a los iletrados, a los ricos que a los pobres, a la princesa altiva y a la que pesca en ruin barca.

Barrunta servidor que el movimiento cósmico se ha hecho progresivamente acelerado, de tal manera que los ciclos vitales -invierno y verano, noche y día- se producen cada vez con mayor rapidez. Llegará un momento, pues, en que tomarán una velocidad vertiginosa. Y finalmente reventará la materia produciendo una explosión similar al Big Bang de hace 20.000 millones de años, que pulverizó la vida devolviéndola a sus orígenes remotos y puso a germinar nuevas formas de existencia en aleatorios lugares del cosmos.

Nos sentimos muy orgullosos de haber alcanzado el tercer milenio disponiendo de una sofisticada tecnología punta, pero el mundo y la civilización parecen consumirse en la aceleración de sus ciclos vitales y empiezan a tener síntomas de caducidad; de estar viejos e inservibles.

La verdad es que por el cosmos dan leña y quizá esté ahí la causa de la decadencia. Nadie comenta nada (preferimos disimular silbando El sitio de Zaragoza o mirando para Antequera), pero en la primavera de 1999 se produjo a 3.000 años luz de aquí una explosión con una potencia apocalíptica que los científicos calcularon superior a cuanta energía haya podido generar el Sol en toda su existencia multiplicada por 10.000 millones, jopé. Y su onda de luz y fuego se viene expandiendo desde entonces por los espacios siderales. Y no digo más.

Uno no va de científico, naturalmente (no lo es ni lo será jamás); lo cual no le impide practicar libremente la filosofía inducida, cuyas reflexiones abren caminos ignotos por los que vaya usted a saber. Ciertamente, unos cuantos tienen la sartén por el mango y los demás hemos de hacer, decir y pensar lo que manden. Sin embargo, si la vida es cíclica, el cosmos es cíclico también. Y en un momento dado estarán de vuelta sus principios, que eran el caos y se formaron a partir del Big Bang. Y entonces más de uno se va a enterar. Y a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga.

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