Sensibilidades
No es raro oír hablar hoy en día de sensibilidades para refererirse a formas distintas de ver el mundo y, en especial, la realidad política. Donde antes hablábamos de concepciones del mundo, de ideologías o, simplemente, de opciones políticas, hablamos hoy de sensibilidades y, a pesar de su aparente inconcreción, he de confesar que el término no me parece inadecuado. Serían sensibilidades no sólo las adscripciones a una ideología determinada, sino también los componentes subjetivos que les van adheridos, y en este sentido, el término me parece pintiparado para aplicarlo a nuestra realidad vasca. Ahora que tanto se habla de la pluralidad como marca distintiva de nuestra sociedad, quizá resulte más adecuado abordar esa pluralidad, en lo que tiene de específica, desde las sensibilidades antes que desde las ideologías políticas.
De entrada, ya resulta chocante que se haga de la pluralidad un rasgo distintivo vasco. Y sorprende, porque la pluralidad es una característica de todas las sociedades modernas, de manera que igualmente podríamos hablar de sociedades plurales al referirnos a la sociedad francesa, la española, o la madrileña tout court. A primera vista, lo que podría definir a la sociedad vasca, en su diferencia con otras de su entorno, sería más bien su incapacidad para asumir esa pluralidad. Nuestro trauma residiría en esa falla conciliadora, en la incapacidad para definir un ámbito que diera cabida a las diferentes percepciones de la realidad que vivimos y que somos. La sociedad vasca sería, por lo tanto, una sociedad plural irresuelta, y no parece que los irredentismos lleven camino de darle una solución.
Es aquí donde el término sensibilidades puede servirnos. La sociedad vasca aúna junto a las oposiciones clásicas de otras sociedades modernas, como pueden ser la de izquierda y derecha, tradición y modernidad, autóctono y foráneo, etc., otra oposición que se hace sustantiva y que se añade a las demás, la de nacionalista y no nacionalista. El lugar que esta última oposición ocupa en el conjunto dista, no obstante, de ser equitativo, y tampoco se da en una relación de adición respecto a las demás, sino que las atraviesa a todas, aunque de forma sumamente desequilibrada.
Para entendernos, diré que esa oposición es la dominante, y que no se es nacionalista, de izquierda, y foráneo, por ejemplo, de forma que el ser nacionalista fuera un agregado de igual nivel a los otros dos componentes, sino que, en ese caso, el componente nacionalista es dominante y subordina a los demás. No sucede lo mismo en el caso de los no nacionalistas, en quienes esta característica no suele eclipsar a las otras que pueden adherírsele. Bastaría, como prueba de lo que afirmo, contrastar los resultados de esas encuestas sobre la pertenencia nacional en las que, en una sociedad que se reparte mitad y mitad entre nacionalistas y quienes no lo son, el desequilibrio entre los que sólo se sienten vascos y los que sólo se sienten españoles suele ser descomunal a favor de los primeros.
Si simplificamos y hablamos de dos sensibilidades, la nacionalista y la no nacionalista, como conglomerados de sentimientos, ideologías e intereses, conviene subrayar el desequilibrio que se da entre ambas. La sensibilidad nacionalista es una sensibilidad compacta en lo que se refiere a determinados valores que considera prioritarios. La no nacionalista no lo es, y su trama es más compleja, pudiendo compartirse desde ella valores propios de la otra sensibilidad. Es ese su carácter compacto el que le ha servido al nacionalismo para asentar su hegemonía.
A la otra sensibilidad no le ha quedado otro remedio que transigir en todo, aún dejando en el camino damnificados con los que la sociedad vasca en general ha sido especialmente insensible. El reparto de sacrificios en ese sentido - y no me refiero sólo a víctimas mortales - ha sido muy desigual en ambos mundos. La subida del listón reivindicativo nacionalista como vía para consolidar su hegemonía, sólo ha podido sentirse como el anuncio de un nuevo trágala, y de nuevas cesiones, lo que ha hecho aflorar la otra sensibilidad que había permanecido soterrada estos últimos veinte años. La sociedad vasca había depositado su confianza en el nacionalismo, aun sabiéndose desigualmente afectada por sus propuestas. Es esa confianza la que se ha roto.
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