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Valencia antiturística

Cada año, una vez superada la resaca de las fallas, y después de haber dejado pasar un tiempo prudencial que permita ver con distancia la reedición anual de esos días de concurrencia festiva, me planteo la condición turística de Valencia, al escuchar machaconamente, un año más, las virtudes de tal efeméride y su refuerzo de los atributos turísticos de la ciudad. Sinceramente ya no sé si se entiende por turismo siempre lo mismo y si todos comprendemos el hecho de igual manera. Ahora mismo, no se observa impulso turístico ni no turístico alguno, como corresponde al ranking falaz que concede a Valencia el tercer puesto dentro de las urbes españolas; tercera en atención a no se sabe muy bien qué indicadores, porque con referencia a las dos primeras son muchos los apartados donde el atraso se podría establecer en casi medio siglo, poder valenciano aparte, claro.

Además, Valencia suma la peculiaridad de haber soportado durante años el calificativo de ciudad antiturística, debido a méritos propios y a que algún viajero, de cuyo nombre mejor no acordarse, le impusiera tan injusto adjetivo. Empero, tal retórica sobre la ciudad, a pesar de las huellas, más o menos literarias de su autor, sin duda, responde a un precipitado análisis de su verdadero potencial, sin ocultar por ello la débil comercialización turística de Valencia. Con independencia de las secuelas dañinas que han dejado tan inmerecidas valoraciones, al status turístico actual de Valencia han contribuido de forma destacada la inoperancia y la irresponsabilidad de los mandatarios públicos, quienes en los años en que esta ciudad era internacionalmente conocida como el semáforo de Europa, promocionaron la capacidad turística de la villa instalando un archiconocido cartel publicitario, cuyo eslogan informaba que la densidad turística de Valencia era posible comprobarla en una visita de tan solo tres horas de duración. Dicho anuncio se situaba a la entrada de la ciudad, por el acceso que encontraban los viajeros que acababan de dejar la autopista del Mediterráneo. En idéntico lugar en el que a fecha de hoy impresiona al visitante que accede a nuestra ciudad por el mismo itinerario, la permisividad municipal ante un vertedero surgido espontáneamente, el cual muestra una imagen de ciudad que de forma incontestable subraya el interés auténtico de los responsables públicos por mostrar una Valencia, que de ese modo reafirma sus carencias tercermundistas apenas se ha pisado el término municipal.

De manera que Valencia lo que realmente suscita es un reality show, de representación esperpéntica, en cuyo guión de desatinos cabe preguntarse si los munícipes actuales de la ciudad son capaces de identificar en un mapa local dónde se encuentra, por ejemplo, el barrio de Tendetes, o cualesquiera de lo muchos abiertamente desatendidos, y cuyas problemáticas afectan a la calidad de vida y a la imagen turística de la ciudad en su conjunto, por más inauguraciones que celebren en ellos, algunas contra el propio vecindario, alrededor de las más insospechadas naderías desde una óptica social. Así, cabe preguntarse en qué lugar se enmarca la policía de barrio o el barrio donde debería patrullar esa policía. La seguridad en los barrios también se liga al turismo, pues el turista no sólo recorre la plaza del Ayuntamiento o lugares más concurridos, de igual modo le interesa conocer y descubrir otras facetas menos convencionales de cualquier destino. Ante tal realidad, emerge el desconcertante gobierno municipal de Valencia, tan ajeno y distante a la potencialidad turística de la ciudad. Pero el mal no es reciente, pues el error perdura ya más de una década, y a ello hemos contribuido los propios valencianos, avalando con silencio e incluso respaldando todo despropósito, por más excesivo que éste se revele.

Las posibilidades turísticas de la ciudad de Valencia son casi infinitas por inexploradas hasta la fecha, ya que ni institucional ni empresarialmente han sido suficientemente entendidas y comprometidas. Tan sólo incursiones puntuales y escasamente capaces de generar un mínimo interés han secundado el proceso de convertir a Valencia en una ciudad enfocada al turismo, y si se ha conseguido algún logro al respecto ello obedece principalmente a la tradición ferial de esta ciudad, que ha sido el único factor que ha abierto verdaderamente la ciudad a los viajeros. Mas tal peculiaridad ha sido explotada de forma marginal y claramente insuficiente con respecto a los recursos y capacidades turísticos que en verdad atesora la ciudad. Y si hoy en día existe un movimiento empresarial que guía la construcción de la oferta hotelera en la ciudad de Valencia, especulación inmobiliaria al margen, ello responde a la condición administrativa y de negocios de la ciudad, visto que el turismo sigue siendo un factor menor en la evolución de la metrópoli, por más ocupación que señalen los escasos días en que las fallas representan en la proyección turística de la ciudad.

En definitiva, la Valencia turística que divulgan ciertas autoridades municipales asemeja una fábula, cuyo posible realismo descansa ante todo en decisiones e inversiones de la Generalitat Valenciana que, durante los últimos años, han sido las únicas capaces de promover ciertas infraestructuras que ampliasen el bagaje turístico de la capital autonómica.

Ante este filón agotado de ideas en que se ha convertido el turismo local, se suscita la inquietud de comprobar qué frescura se destila desde los grupos que no detentan el poder municipal y cuáles son sus opciones ante la liquidación turística y no turística de nuestra ciudad, con independencia de si la postura adoptada adicionará o restará votos. Sabido que al ritmo al que se producen los acontecimientos, Valencia se encuentra cada día más en manos de promotores inmobiliarios dispuestos a degradar visual, ambiental y culturalmente la ciudad en un tiempo récord y con unos resultados irreparables, lo cual exigirá una reordenación a posteriori que conllevará ingentes costes y demasiado tiempo. Entre tanto, la actitud de algunos de aquellos que tienen reservado el papel de controlar a los gobernantes de forma más estrecha, también por decisión popular y en el caso de Valencia ciudad por un número no despreciable de votos, a veces traen a la memoria, con su actitud, la reflexión de Max Aub quien decía 'no callan por callar sino porque no tienen nada que decir'. Y hay mucho que decir y mucho más por hacer. Muchos contornos que no son percibidos a través de la óptica de cristal oscurecido de esos vehículos, adquiridos con dinero público, transformados en la única ventana desde la que algunos gobernantes contemplan una imagen interesadamente distorsionada de la ciudad, que en nada coincide con la realidad que vivimos los vecinos de Valencia.

vmonfort@emp.uji.es

Vicente M. Monfort es profesor asociado en la Universitat Jaume I de Castellón.

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