Sorpresa en Perú
Los peruanos han diferido a una segunda vuelta su pronunciamiento definitivo sobre quién ha de ser el nuevo presidente del país. La sorpresa de la jornada electoral no está en la victoria del centrista Alejandro Toledo, que le coloca como favorito inicial, sino en el hecho de que vaya a disputar la ronda definitiva con el hasta hace unos meses proscrito ex presidente Alan García, beneficiario de la pérdida de fuelle de la única candidata, la democristiana Lourdes Flores.
La campaña se ha caracterizado por una falta de debate y por un tono agresivo que contribuirán poco a restaurar la fe de los peruanos en sus políticos. Ninguno de los aspirantes ha revelado la procedencia de sus fondos electorales, e incluso a Toledo se le ha asociado con recientes episodios personales que cuadran poco con la imagen intachable que pretende. Pero, a diferencia de los del año pasado, estos comicios anticipados, convocados por Fujimori poco antes de ser inhabilitado por el Congreso, han sido limpios: los medios informativos han actuado libremente, las autoridades electorales no son vicarias del poder y las Fuerzas Armadas han mantenido sus manos fuera de las urnas.
Las próximas semanas responderán la pregunta, impensable hace días, de si puede haber una segunda oportunidad para el candidato del APRA, Alan García, un hombre cuya presidencia se asocia indeleblemente con la corrupción, la violencia terrorista y el hambre. El socialdemócrata García, que ha estado asilado políticamente en Colombia durante los últimos nueve años, precipitó a Perú entre 1985 y 1990 en una formidable crisis de deuda y una hiperinflación de más del 7.000%. Su mensaje populista, afilado lenguaje y promesas imposibles le han granjeado ahora numerosos adeptos en un país que necesita esperar algo mejor.
En cualquier caso, ninguno de los contendientes tendrá mayoría en el Parlamento. El Perú Posible de Toledo difícilmente conseguirá más de un tercio de los escaños, y el APRA es una sombra de lo que fue. Una década de poder militar encubierto bajo Fujimori ha hecho de los partidos peruanos frágiles alianzas de conveniencia. El próximo presidente, por tanto, además de revivir una caótica economía, tendrá que establecer coaliciones de gobierno eficaces y reconstruir unas instituciones aniquiladas -los vladivídeos son, a este respecto, un documento estremecedor sobre las posibilidades de corrupción del Estado. Su tarea fundamental, con todo, será devolver a los ciudadanos la fe en la decencia de la política. Algo difícil en un país que ha sufrido la terapia de choque del fujimorismo y donde más de la mitad de la población lleva treinta años viviendo por debajo del umbral de la pobreza.
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