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Los amigos del preso Milosevic

Los antiguos cómplices del ex presidente serbio, dispuestos ahora a colaborar con las nuevas autoridades

'Slobodan Milosevic: este hombre es un monje. Es un poeta, un trovador, un caminante entre las cumbres del espíritu. Su amistad es pura y preciosa. Daría su vida por sus amigos y sus amigos están encantados de entregarla por él. A ellos no les importa morir. Ellos encontrarán la auténtica fortuna, después de haber sido pobres tanto tiempo'. El desconocido autor de esta carta astral de Milosevic, más bien piadoso él con el derrocado caudillo serbio, tiene razón al menos en una cuestión. Porque es un hecho que los amigos de Milosevic habían encontrado la fortuna, eso sí, sin necesidad de inmolarse. Los que murieron lo hicieron con escasa heroicidad, normalmente cosidos a balazos en restaurantes o barras de bar en Belgrado, lejos de los escenarios épicos.

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Los muertos y los vivos del gran dispensario de Milosevic eran menos amigos que cómplices. Dicen quienes lo conocen que Slobo sólo tiene un amigo aparte de sí mismo y es su mujer, Mirjana Markovic. En todo caso, ahora llega el momento de comprobar la amistad de aquellos que no han sido liquidados. Parece que Rade Markovic, el que fuera jefe de los servicios de información y supuesto ejecutor de las penas de muerte que dictaba el matrimonio Milosevic en su casa de Dedinje, ya no se considera demasiado amigo de su ex jefe y ha comenzado a 'colaborar' con las nuevas autoridades. No lo hará gratis, porque toda la información que dé equivaldrá a una autoinculpación.

Pero como al régimen de Milosevic se le olvidó abolir la pena de muerte, existen incentivos claros para que muchos de los que, como Rade Markovic, saben cómo han funcionado las tripas de este aparato que buscaba y 'encontró la fortuna', como dice el intérprete de las constelaciones astrales, recuerden casos concretos y aporten pruebas. Markovic comparte cárcel con su antiguo jefe, al igual que Mihajl Kertesz, otro personaje de la seguridad del Estado a quien Milosevic después puso al mando de la maquinaria de evasión de dinero, blanqueo y gestión de buena parte de los ingresos del contrabando. Y -hay que ver cómo son a veces los amigos- cuentan que Kertesz también muestra una súbita ansiedad por entablar buenas relaciones con los que antes consideraba traidores y mercenarios de la OTAN y hoy están en el poder. Pero también el que fuera primer ministro yugoslavo, Milan Milutinovic, que figura muy cerca de su ex jefe entre los más requeridos por el Tribunal Internacional de La Haya como sospechosos de crímenes de guerra, parece ya decidido a buscar su salvación, o al menos la limitación de daños propios, por medio de la locuacidad.

Así las cosas, el documento firmado por el presidente Vojislav Kostunica, el propio Milan Milutinovic y el primer ministro serbio, Zoran Djindjic, para convencer a Milosevic de que se entregara, tiene menos valor que las promesas, firmas y declaraciones que el caudillo ahora derrocado hizo a lo largo de sus 13 años de satrapía.

Que Milosevic se diera por satisfecho con el mismo sólo demuestra el grado de enajenación y autismo al que había llegado en los últimos tiempos. Y desde luego el papel de marras no puede servir a nadie de pretexto para impedir la entrega de Milosevic a La Haya. En Belgrado ha sorprendido la firmeza con que se exige desde el exterior la entrega del cautivo impenitente. Pero pataletas como la de Kostunica en la conferencia de prensa de la pasada semana no cambian una realidad terca que va calando en Belgrado y que deja claro que puede haber un juicio o diez en Serbia pero que al final tiene que haber uno en La Haya. Y allí se habrán de ver Milosevic y muchos de sus amigos que buscaron y encontraron fortuna, aunque pasajera, como son las cosas de este mundo.

El 12 de septiembre del pasado año, Milosevic hacía una de las que habrían de ser sus últimas apariciones estelares. Sucedió en Kusjak, en Serbia oriental, junto a la frontera con Rumania. Ante unas 100.000 personas, según la agencia Tanjug -quizás fueran menos-, el aún presidente yugoslavo proclamaba con grandilocuencia que 'esta generación va a dejar una gran herencia a las venideras'. No mentía esta vez este hombre que, sin saberlo, estaba ya plenamente inmerso en el ocaso. La herencia de los 13 años de poder de Slobo va a ser recordada y dolorosamente digerida por todas las generaciones de serbios y demás pueblos balcánicos durante mucho tiempo. Pero los amigos del gran amigo están cada vez más dispuestos a explicarles a los serbios los motivos y los métodos que llevaron a la tragedia. No por amor a la verdad y a la justicia. Pero eso da lo mismo.

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