Lo que creo de mí
En el frontis del Museo Antropológico, que hoy creo que es el Ministerio de Fomento, se leía 'Conócete a ti mismo': tenía morbo por la momia del gigante extremeño y los fetos de monstruitos: hoy está Álvarez Cascos. ¡Conócete a ti mismo! Era mi primera lección de filosofía. Pero no me conozco. Leo a Félix de Azúa (este periódico), que habla de un hombre 'de tradición colectivista y gregaria de honda raíz católica. Fue gregario en su etapa franquista, colectivista en su etapa roja, y comprensivo con los totalitarios en la actualidad. Su convicción más profunda es que los individuos están al servicio de una razón superior, sea ésta la Nación, el Partido, el Pueblo o la Historia'. Me da asco ese individuo: y soy yo. Haro, 'que sólo se defiende a sí mismo por un sueldo'. Paso por los espejos deformantes que Valle utilizó como metáfora de su esperpento. Soy un esperpento en los espejos de Azúa. Creo en él más que en mí: tengo junto a mi cama su Invención de Caín.
Entre no creer en Azúa o no creer en mí, lo lógico es no creer en mí. Pero ¿no lo sabría yo si fuese católico profundo o gregario ligero, o defensor de los totalitarios? ¿Puede que yo quiera que el individuo esté sometido a la nación, al partido o la historia? Me he debido leer mal. O he escrito mal mi negación al Estado, mi individualismo, mi sentido de la libertad, mi ateísmo. Y mis memorias. Lo que creo de mí no es demasiado bueno. No soy lo que hubiera querido. Soy más tonto por rusoniano, más escéptico por Voltaire, más metódico por Descartes, menos economista por Marx; en Francia aprendí mucho y me atacó por afrancesado: me avisó del peligro Manolo Aznar, el abuelo del presidente.
Cuando se ha conocido al abuelo del presidente y al de la Comunidad, y se ha enredado en los enciclopedistas, y en Bakunin y Kropotkin, y ha pasado infancia de guerra, cuando ha pasado también sus amenazas de muerte y sus riesgos de cárcel, cuando ha preferido un sueldo (no lo tengo) a algún cargo por no creer en él, es que es un pobre viejo desconcertado. Más, por el entorno. Ionesco vio crecer cuernos de rinocerontes estúpidos en su entorno: a Félix de Azúa, para mi vista, le ha crecido ya el cuerno de tonto que antes embruteció a Savater. Y a tantos.
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