Darío Villalba vierte su 'alma' en una retrospectiva de su obra pictórica en el Kursaal donostiarra
El artista refleja en unas 70 piezas y mediante diferentes lenguajes sus fobias y amores
Tras el éxito de la muestra dedicada al escultor guipuzcoano Jorge Oteiza, que atrajo a 44.000 visitantes, la Sala Kubo afronta su segunda exposición, en la que se presenta una selección de casi setenta obras realizadas entre 1957 y 2001 por Darío Villalba, pionero en Europa a la hora de utilizar la imagen fotográfica como materia pictórica.
El artista donostiarra, que se autodefine como una persona 'muy temperamental, rebelde e inconformista', explicó que su obra, 'de muy difícil etiquetación', surgió como una respuesta al arte pop. A autores como Andy Warhol, 'a las marylins, a los detergentes, a la insufrible sociedad de consumo, que cada vez nos invade con más imágenes y a mí me produce auténtica náusea'.
Frente a esta estética, Villalba se dio cuenta de que existe 'una cosa que se llama alma', de que existen dentro de él 'millones de náufragos queriendo salir a flote'. Decidió entonces, 'a contracorriente', emplear la fotografía como soporte de 'todo el universo totalizador de la pintura', que, según dice, 'tan pronto puede ser sexo como amor, como puede ser el más atroz dolor, el deseo, la caricia, el agua, infinidad de temas'.
¿Y por qué el título Autosabotaje y poética del lenguaje? 'Miro en mi interior y hay tantos lenguajes...; el lenguaje de la monocromía, de los bodegones, de los encapsulados, de pintura que fluye en mi obra como de una herida abierta, pero clínica y asépticamente controlada', contesta el artista, en cuya obra abundan los 'seres en estado límite'.
Admirador de Oteiza y Chillida, el pintor donostiarra, cuya obra cuelga en los más importantes museos de arte contemporáneo del mundo, afirmó que la exposición de la Sala Kubo es como 'un intenso autorretrato' suyo. 'Modestamente, estoy inmolado en estas paredes', aseguró, al tiempo que invitó a recorrer la muestra 'en silencio', como él trabaja, y a hacer comparaciones entre un cuadro y otro, colocados en la sala de forma estudiada, para comprobar 'el diálogo' que se establece entre ellos.
El artista, poco amigo de especificar el significado de cada cuadro -'a cada uno le puede sugerir una cosa', dijo-, puso como ejemplo de este diálogo el que logran las miradas enfrentadas del yonki y el chapero londinense que recoge en su trabajo Chap Heroe-Chap Ero-Chap Eros. Picadilly rent boy, de 1999, y del preso que plasma en su obra El místico, de 1974.
'Los ojos y las manos nunca olvidan lo que el alma ha inventado. A los artistas se nos van imprimiendo cosas en el alma y lo único que podemos hacer es mostrarlas al público para que las completen', concluyó.
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