_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Visión diabólica

El diablo cojuelo, que levantó el hojaldre de los tejados de la Corte para ilustrar al licenciado Cleofás Pérez Zambullo y a los lectores de Luis Vélez de Guevara sobre el relleno de la empanada madrileña, vino a visitarme, de noche, hace unos días, cuando ya había entrado en ese trance que media entre el sueño y la vigilia, por el que se cuelan los fantasmas y acechan las quimeras.

'¡Mira!', me dijo. Y mi mente desprevenida y confusa no tuvo fuerzas para oponerse a su designio. Y vi desplegarse en una pantalla líquida y de altísima resolución las terribles imágenes de una ciudad en estado de sitio que pude identificar y ubicar en el tiempo gracias a la diabólica voz en off que atronaba diciendo: 'Madrid, un día cualquiera de los primeros años del siglo XXI'.

Por las autopistas, carreteras y senderos, por las vías del ferrocarril y a campo traviesa, avanzaban numerosas y heteróclitas legiones con sus estandartes a la cabeza; en sus lábaros figuraban sus señas de identidad, pescadores del sur, marineros en tierra, mineros sin pozo, metalúrgicos sin fábrica, agricultores desterrados y ganaderos sin rebaños.

De las satánicas torres de KIO a la imperial glorieta de Atocha, en el vado seco de la Castellana, en Recoletos y en el Prado, los campamentos de los desposeídos, de los privatizados, flexibilizados y humillados se sucedían en una apretada línea que no conseguían romper las profundas trincheras y las alambradas metálicas que, con la excusa de inaplazables obras, había diseminado por todas partes el previsor Ayuntamiento.

Con la excusa de instalar una novísima, baratísima y supersofisticada red de comunicaciones, algunas calles de Madrid habían sido excavadas hasta siete veces en un año para disuadir a los vecinos de salir de sus casas sin motivo justificado. Los pavimentos levantados, las zanjas y los cascotes se cobraban todos los días su ración de víctimas, amas de casa despeñadas en el cumplimiento de sus tareas de intendencia, trabajadoras y trabajadores caídos ad itinere.

Las aceras minadas y las calzadas como murallas de chatarra inmovilizada desde que los conductores de los autobuses de la empresa municipal privatizada de transportes cruzaron sus autobuses en las principales arterias y los dejaron abandonados. La huelga de las grúas, los bomberos, las ambulancias y otros servicios públicos sometidos a la privatización, y, en consecuencia, a la privación de muchos puestos de trabajo habían colapsado definitivamente el tráfico rodado e incrementado el de helicópteros, y no faltaba el día en el que no se produjeran dos o tres colisiones aéreas y llovieran del cielo fatales e incandescentes aerolitos metálicos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

En los primeros momentos de la crisis, un comité de emergencia municipal había solicitado la intervención del Ejército, pero ésta no llegó a producirse porque los soldados profesionales habían declarado un paro permanente en demanda de mejores salarios. Otras huelgas parciales e intermitentes afectaban a la efectividad del cuerpo de la Policía Municipal, con la mosca tras la oreja por los incesantes rumores de que el Ayuntamiento pensaba enajenarlo y entregarlo a una compañía privada multinacional de seguridad.

Lavapiés era una ciudad tomada por los inmigrantes africanos y los okupas, los ecuatorianos, dominicanos y latinoamericanos en general estaban a punto de hacerse con La Moraleja y otras urbanizaciones suburbanas resistían a duras penas los ataques de minorías étnicas e indigentes. Malasaña había votado por la independencia en un referéndum convocado por los vecinos y los barrios de la periferia se constituían como ciudadelas autónomas y se fortificaban.

Reinaban la guerra y el caos en las calles, pero, en el interior de los hogares, la televisión pública, la única que seguía funcionando, difundía mensajes y paisajes de paz y orden o imágenes de ciudades del Reino Unido donde las cosas iban bastante peor. España y Madrid iban bien, todo lo bien que podían ir en aquellos momentos de tribulación cósmica.

La proyección del diablo cojuelo terminó abruptamente con una visión de Madrid sobrevolada por los helicópteros a los acordes de The end, un apocalíptico tema de los Doors: This is the end, my friend.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_