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El último político de la transición

Con la retirada de Pujol desaparecerá el paradigma del nacionalismo que ha ayudado a cogobernar España a fin de obtener contrapartidas para Cataluña

Francesc Valls

El último gran político en activo de la transición española, Jordi Pujol, anunció ayer que no acudirá a las urnas para ser revalidado como presidente de la Generalitat de Cataluña, cargo que ocupa desde hace 21 años. Con él desaparecerá de escena uno de los paradigmas del nacionalismo pactista que ha habido en España. CiU no se ha integrado en ningún Ejecutivo central, pero ha contribuido a facilitar las mayorías de Unión de Centro Democrático, el PSOE y el PP. Y no sólo eso, cuando crecen las voces que quieren situar en el mismo plano nacionalismo e insolidaridad, desde CiU se recuerda que los nacionalistas moderados catalanes se comprometieron de la mano de Pujol en la tarea de la Constitución.

Con todo, el nacionalismo del presidente de la Generalitat tiene como objetivo ayudar a cogobernar España para obtener contrapartidas para Cataluña.Las contrapartidas inmediatas y a veces escasamente planificadas, el peix al cove (literalmente, pez en el capazo o pájaro en mano), han sido el modus operandi de Pujol durante 21 años de poder. Pero Cataluña no ha sido el único horizonte, y como todo precepto existe para ser transgredido, en 1986 puso en marcha la efímera Operación Reformista, un intento de participar electoralmente en toda España con la finalidad de levantar una alternativa a un PSOE altivo por sus mayorías absolutas. Jaleado por una derecha que veía con temor cómo crecían en las urnas los votos socialistas, y herido por un PSOE bajo cuyo mandato explosionó el caso Banca Catalana, Pujol se atrevió a la aventura. Pero regresó inmediatamente a sus cuarteles de invierno catalanes.

El presidente de la Generalitat volvió a hacer del nacionalismo el eje de su política y de su comprensión de la vida: austera, rayando el calvinismo, reverencial para con la jerarquía y paternal con sus conciudadanos. A todo ello no es ajeno su catolicismo -más bien hijo de Charles Péguy que de Emmanuel Mounier-, que practica sin complejos en la sociedad más secularizada de España: la catalana. Ello no le ha impedido sacar adelante iniciativas pioneras en España como la ley de parejas de hecho, que reconoce algunos derechos a uniones entre homosexuales.

Pujol se debate entre sus creencias personales y lo que cree que es beneficioso para la sociedad: una contradicción que, tal como aseguró hace un par de años, a veces le quita horas de sueño. Tampoco le deja dormir la globalización, que considera un peligro para las culturas minoritarias. Pero ha aceptado defender a Cataluña en el mundo encabezando una institución que parece el nombre de una empresa de seguros: la Generalitat. 'Pasqual Maragall va por el mundo y dice que es socialista; Duran Lleida tiene la etiqueta de democristiano, pero qué puedo decir yo más allá de que soy nacionalista', reflexionaba en voz alta una soleada mañana de Sant Jordi, en 1998, en el Palau de la Generalitat.

Pero Pujol, a pesar de su especificidad nacionalista, tiene como coetáneos a políticos como Helmut Kohl, François Mitterrand y Felipe González, y, al igual que ellos, no ha conseguido escapar a verse relacionado con problemas de financiación anómala de su partido. El presidente de la Generalitat ha pedido favores a los poderes económicos, en un marco de relaciones complejas y confusas al cual no ha sido ajeno su entorno familiar.

Ahora ha decidido iniciar su paso a la reserva. Pero hasta su retirada ha dejado muchos cadáveres políticos en el camino: Miquel Roca, Macià Alavedra... Cuando Pujol estaba en forma y con años por delante, ningún candidato a sucesor era lo suficientemente bueno para ser ungido como delfín. Ayer mismo, y contra pronóstico, fue capaz de dar varios pasos: decir que no volvería a concurrir a las elecciones; que Mas sería su sucesor como candidato y que Duran pasaría a ocupar la secretaría general de la nueva federación de partidos. Con Pujol desaparecerá uno de los pocos políticos catalanes -quizá el único- capaces de tener credibilidad nacionalista aunque pacte con el Partido Popular. Nadie duda de sus principios, aunque CiU vote contra las enmiendas a la totalidad al Plan Hidrológico Nacional, que levanta ampollas en las tierras del Ebro catalanas. El paso de Pujol por la prisión de Torrero (Zaragoza) durante el franquismo le da un pedigrí democrático del que carece Manuel Fraga, presidente de la Xunta de Galicia y otro de los grandes políticos de la transición española.

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La diferencia entre ambos es que uno se define como nacionalista y el otro no; que Pujol estuvo en la oposición mientras que Fraga desempeñó cargos en los gobiernos de Franco; y, en última instancia, que el partido de Pujol votó favorablemente a la Constitución -aunque pueda pedir en ocasiones su reforma-, mientras que el de Fraga mantuvo enormes reservas hacia la Ley de Leyes.

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