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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El tren de la discordia

De nuevo, los activistas antiatómicos alemanes, con una larga tradición de militancia, han conseguido un gran golpe publicitario al detener a pocos kilómetros de su destino final un tren con 60 toneladas de residuos radiactivos reprocesados en Francia. Del carácter épico de un viaje por ferrocarril de 500 kilómetros, entre la planta francesa de La Hague y la localidad alemana de Gorleben, junto al río Elba, da idea el despliegue de 20.000 policías en suelo alemán. Hasta el extremo de que parece poco realista asumir que semejantes escenificaciones puedan repetirse, como está previsto, un par de veces al año al menos hasta 2005, cuando las centrales germanas cuenten a pie de reactor con sus propios depósitos. Alemania carece de instalaciones para reprocesar el uranio de sus plantas atómicas y ello obliga a este viaje de ida y vuelta a Francia.

Estos convoyes nucleares fueron suspendidos por Bonn en 1998 alegando escapes en los contenedores ferroviarios. La decisión amontonó los residuos en Francia hasta que el primer ministro Jospin exigió a Schröder su repatriación si quería que La Hague siguiera cumpliendo su parte del acuerdo. Al canciller le ha llevado tiempo maniobrar con sus socios verdes en el Gobierno hasta reanudar el transporte de uranio después de acordar con la industria el progresivo desmantelamiento (en 25 años) de las 19 centrales nucleares que suministran un tercio de la electricidad. Acuerdo que aún no ha sido ratificado por el Parlamento.

El pandemónium del tren nuclear saca de nuevo a los titulares el debate europeo sobre su industria atómica. Dentro de la UE, con la significativa excepción francesa, es mayoritaria la tendencia a prescindir de esta energía como medio para producir electricidad, pero es un hecho que las centrales nucleares suministran todavía un tercio de sus necesidades, porcentaje que casi se dobla en el caso de Francia. Y este recurso permite, entre otras cosas, no contaminar más la atmósfera con la quema de combustibles fósiles o capear la casi total dependencia de proveedores foráneos, como Rusia o Argelia, en el caso de la planeada reconversión a generadores alimentados por gas.

Pero, a diferencia de otras cuestiones que afectan decisivamente al conjunto de la ciudadanía, la nuclear no ha sido sometida a un debate tan amplio y democrático como su naturaleza exige, por las formidables implicaciones que puede tener sobre la salud y la seguridad de millones de personas, independientemente de las fronteras que las alojen, como Chernóbil ha puesto de manifiesto. Aparte de que en este terreno la inseguridad puede devenir en catástrofe, la industria atómica sigue siendo insuficientemente conocida, pese a que tiene demasiadas repercusiones en la vida de los ciudadanos como para que políticos y técnicos decidan en exclusiva y sin la debida transparencia.

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