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Columna
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El rebaño

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Hace un año, cuando alguien se atrevía a expresar sus dudas sobre el futuro de la economía americana, era fulminado inmediatamente por la mayoría de los analistas. Se nos decía que, gracias a las nuevas tecnologías, la economía americana había entrado en un nuevo mundo, el de la nueva economía, en el que habían desaparecido los ciclos. Aunque ya algunas bolsas habían empezado a caer, los cuatro mayores bancos de inversión del mundo, sólo hacían recomendaciones de venta para el 5% de los valores. Para el 95% de los valores, recomendaban mantener o comprar. Sólo unos pocos y raros economistas no compartían ese optimismo.

Mucha gente ha perdido mucho dinero por seguir las recomendaciones de la mayoría de los expertos y se pregunta por qué la mayoría se ha equivocado tan estrepitosamente. Una primera respuesta podría ser que era difícil de prever lo sucedido. Pero no es cierto, la economía americana estaba mostrando ya muchos signos de la necesidad de un ajuste. Su espectacular y creciente déficit comercial, la caída en la tasa de ahorro de las familias hasta llegar a niveles negativos, un dólar sobrevaluado que permitía que la expansión de la demanda interna no se reflejara en la inflación, o los indicadores de crecimiento de costes por encima de los precios eran algunos de los signos que mostraban que los desequilibrios de la economía americana eran insostenibles.

Despreciando estos signos, la mayoría de los analistas se resistía a aplicar la sabiduría acumulada a lo largo de muchos años y respondía que, esta vez, las cosas habían cambiado. En cuanto a la valoración de las empresas, idearon sistemas novedosos y proponían tirar a la basura los métodos tradicionales de valoración. Si se hubieran utilizado los métodos tradicionales, había que haber recomendado no comprar y, como se quería transmitir optimismo, se optó por descalificarlos. ¿Por qué la mayoría no se comportó con prudencia, siguiendo la experiencia del pasado, y , en cambio, se predicó el optimismo sobre la evolución económica y se recomendó seguir comprando?

Una explicación es que las predicciones optimistas y las recomendaciones de compra no eran desinteresadas. Las instituciones financieras que operan en el mercado ganan más dinero cuando hay más compras que cuando las transacciones decaen. Además, muchas de esas instituciones ganan dinero (comisiones) participando en las salidas a Bolsa o en la emisión de bonos de sus clientes y si dijeran que las perspectivas de estas empresas no son buenas dejarían inmediatamente de ser sus clientes.

Pero ¿por qué los Gobiernos, que no obtienen comisiones por operaciones financieras, eran también optimistas? O ¿por qué instituciones como el FMI no predijeron ni siquiera un aterrizaje suave? La explicación, en estos casos, es que los Gobiernos e instituciones internacionales no quieren ser acusados de perjudicar las expectativas de los agentes económicos y, por tanto, de ser culpables de los problemas.

¿Se imagina alguien que el FMI se hubiera atrevido hace un año a predecir que el crecimiento de la economía americana se derrumbaría desde un 7% a un 1% en tres trimestres? Esto es lo que efectivamente ha pasado, pero, si el Fondo lo hubiera anunciado la pasada primavera, habría sido acusado de haber precipitado el final del ciclo de crecimiento.

Las explicaciones anteriores sirven, pero la mejor explicación de esta actitud de confiar más en lo que hacen los demás que en la teoría y la experiencia acumuladas, es la de que las personas, sean analistas o inversores, no deciden racionalmente, sino que se comportan como borregos, como formando parte de un rebaño. Los economistas expertos en analizar las conductas económicas irracionales -y este año se ha dado el Premio Nobel a uno de ellos- explican este comportamiento de manada porque las consecuencias de equivocarse en soledad son peores que las de equivocarse en compañía de la mayoría.

El analista que, hace un año, hubiera recomendado vender, estaría ahora en la calle si la Bolsa hubiera subido como decían todos, mientras que, habiéndose hundido la Bolsa en contra de las previsiones de la mayoría, todos los analistas que se equivocaron en sus predicciones siguen todavía en sus puestos de trabajo, porque no se equivocaron solos.

Después de todo, no parece tan irracional esto de seguir al rebaño.

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