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Columna
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Ataturk contra Chateaubriand

Andrés Ortega

En Turquía los militares ya no necesitan dar golpes de Estado. Para mandar y mantener una vigilancia sobre el régimen se han situado en su corazón, de una forma mucho más inteligente que la que previó el propio Mustafá Kemal, Ataturk, fundador de la Turquía secularista. Constituyen un Estado dentro del Estado, incluso en términos económicos, y disponen de un órgano, oficialmente consultivo, el Consejo de Seguridad Nacional, en el que se sientan de forma paritaria con el poder civil para algo más que expresar sus opiniones. Sin embargo, si este país quiere entrar en la Unión Europea, los militares habrán de renunciar a su poder.

Tras demasiados tiras y aflojas internos y con los vigilantes, el Gobierno presentó su Programa Nacional para la Adhesión de Turquía a la Unión Europea, que da algunos pasos, pero se queda demasiado corto en materia de derechos políticos para lo que le exige la UE, que le entreabrió la puerta en diciembre de 1999. No son muchos los que en la UE realmente creen que Turquía, un país de 65 millones de habitantes que dentro de 15 años tendrá tantos como el Estado más poblado y central de la UE, Alemania, llegará en un futuro previsible a entrar en la Unión Europea.

Tampoco hay que pensar, como Chateaubriand, que 'pretender civilizar Turquía [...] no es extender la civilización en Oriente, es introducir la barbarie en Occidente', aunque es extendido el rechazo a la entrada de Turquía por su carácter de sociedad islámica, como si eso fuera algo ajeno a la Europa pluricultural del siglo XXI. Es más bien lo contrario. Como señala la Declaración Nacional, 'el Gobierno turco ve la pertenencia a la UE como un nuevo paso, un hito que confirma la filosofía fundadora y la visión de Ataturk para la República'. Pero los primeros reticentes a la entrada en la UE son los militares. Temen no sólo perder poder, sino que la relajación en materia de libertades lleve a fomentar el 'separatismo' (hay 12 millones de kurdos, a los que se les va a reconocer el derecho de hablar su idioma en la 'vida cotidiana', pero no en la educación o en la televisión), o que los islamistas triunfen. De hecho, según Gareth Jenkins (Context and Circunstance: The Turkish Military and Politics, IISS, 2001), el documento básico de estrategia nacional de los militares de 1997 citaba dos amenazas externas -Grecia y 'el Sur' (Siria e Irak)- y tres internas -el fundamentalismo, el separatismo y el crimen organizado-. Paradójicamente, las mayores cotas de libertad podrían dar más peso a los islamistas, que, con la extrema derecha y los militares, son los más reacios a entrar en la UE. Sin garantías de entrar, las reformas verdaderas se aplazarán. Europa es el objetivo, pero si se pone al alcance se le puede escapar. A la vez, si Europa no pone ese objetivo por delante, las reformas democráticas y económicas, como se está viendo, se verán frenadas.

Europa debe ayudar a Turquía, y no porque sea el noveno país en el ránking de las exportaciones españolas, sino porque Turquía es un Estado clave en una zona crucial, que anda muy molesto con los europeos pues nota que le están dejando a un lado. Tiene la llave para desbloquear varias cuestiones importantes, como un acuerdo sobre Chipre -que si no se alcanza llevará a la UE a hacer entrar una parte de la isla-, o el acuerdo de coordinación entre la UE y la OTAN, esencial para el desarrollo de la Política Exterior, de Seguridad y Defensa Común (PESDC) de la UE; o la ampliación de la Alianza. El bloqueo turco es una de las piedras en el camino para construir una Política Exterior, de Seguridad y de Defensa Común de la UE no sólo dentro de la OTAN, sino también fuera de ella. Pretende presionar a Washington para que éste, como si no dejara de hacerlo, presione a su vez sobre Bruselas. Primer aviso: el envío de un embajador turco a Bagdad, a pesar de que los bombardeos de EE UU y el Reino Unido contra el norte de Irak partieron de Turquía.

aortega@elpais.es

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