La mayor plaza del mundo
Éste es un barrio cuna de cantaores, como El Bizco de San Román, o de bromistas, como El Quico, famoso por sus chistes
Se terminaron los despertares, no había manera de encontrar ninguno de esos irritantes relojes en todo el barrio cuando, hace unos años, un individuo tuvo el valor de presentarse en la plaza ofreciendo trabajo a cambio de una cantidad de dinero en, nada menos, que la cárcel de Sevilla 1.
'Las colas para firmar los papeles eran de ver', dice Johnny, cantante de rock flamenco y vecino de la plaza de toda la vida. 'La gente picó no sólo porque le hacía falta el currelo, sino también porque quien más y quien menos había sido inquilino, o tenía algún familiar que lo fue de la prisión', opina
Lo cierto es que el timador temerario se alzó con el dinero y desapareció. 'Luego lo cogieron en Huelva', termina el ahora dueño de una tiendecita de chucherías y artículos diversos en este castizo lugar, al que se puede llegar desde la Ronda, tomando la calle Águilas hasta la plaza de Ponce de León con sus naranjos ahora repletos de botones de azahar.
Pasará junto a la iglesia mudéjar fechada en el siglo XIV de Santa Catalina, internándose en el barrio, donde lo primero que ve es la que reclama para si ser la más antigua y originalmente conservada taberna sevillana: El Rinconcillo. En este lugar quien sea amante de otro tipo de monumentos se refrescará para seguir en breve, por la calle Sol, hacia el objetivo que, de nuevo, va a sumergirle en la Sevilla antigua, en la ciudad que mantiene hábitos y maneras que poco han variado desde el sigo XVI hasta nuestros días.
En mitad de esta calle está, la Iglesia de los Terceros, antiguo convento franciscano, sede de la cofradía de la Santa Cena. Hay muchas más cosas que ver en el templo, pero quizás se hace tarde y hay que seguir andando apenas 30 metros para llegar a la plaza de San Román.
Es un sitio, a primera vista, normal: cuadrangular con dos tabernas a un lado; a la izquierda, casas, unas arregladas y otras en vía de restauración; y en la esquina, una desde cuyo balcón se han cantado durante décadas las saetas, cante puro donde tanto se expresa, interpretadas por voces gitanas en la Madrugá del Viernes Santo cuando de aquí salía La Real Cofradía Ilustre y Fervorosa Hermandad Sacramental y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de las Angustias Coronada. Para el pueblo, cofradía de Los Gitanos y el Cristo: El Manué.
Salía de esta iglesia gótico-mudéjar que comenzó a restaurarse hará unos ocho años y cuyas obras se han paralizado, según informaciones oficiales, hace dos y que los vecinos cuentan como cinco.
La iglesia, que queda al frente según se entra por la ruta elegida, tiene la fachada de ladrillo, aunque el arco es de piedra al igual que los pilares y cabecera rectangular sobre la que se reedificó en 1356. La torre, bien conservada, está rematada por un cuerpo de campanas con vano formado por columnas salomónicas. Arriba en el tejadillo piramidal hay una pequeña veleta bajo una cruz, ambas de hierro forjado.
En el interior de la sede parroquial estaba la Capilla Sacramental con un pequeño pero precioso retablo barroco del XVII como el Martirio de San Román o un Cristo de Soriano de Noval de la misma fecha. Estaban las imágenes modernas procesionales del Cristo de la Salud y María Santísima de las Angustias, obras de orfebrería y murales que ahora están abandonados al igual que la reconstrucción de la techumbre y estructuras arquitectónicas de tan singular edificación.
Pero no claudique, si desea ver lo que ya no está en la iglesia de la plaza. Haga un esfuerzo y en vez de jugar a las cajas chinas, esas que van una dentro de otra, juegue a las cajas gitanas y coja con la imaginación el edificio con todo dentro y métalo en la vecina Iglesia del Valle, recién restaurada con la ayuda de la duquesa de Alba y que ahora es sede definitiva de la cofradía que ha sido tan trashumante como muchos de sus hermanos gitanos, porque se fundó en el convento del Espíritu Santo a mediados del XVIII, luego tuvo que ir al Pópulo, con la desamortización pasó a San Esteban y más tarde a San Nicolás. Estuvo mucho tiempo en San Román y ahora, por fin, tiene sede propia y permanente en El Valle.
¿Ya metió una iglesia dentro de la otra? ¿Vio lo que quería? Es entonces hora de regresar a una de las plazas más grandes del mundo. Porque aquí caben y se han dado cita gitanos de todas partes, no sólo en la Madrugada sino el resto del año. Éste es un barrio, cuna de cantaores, como El Bizco de San Román o de bromistas como El Quico, que fue condenado después de la guerra a tres penas de muerte, conmutadas por cadena perpetua, de la que cumplió 17 años y cuando salió aún tenía ganas de guasa. Contaba los chistes mejor que nadie. Hasta su muerte tuvo gracia: los amigos hicieron una colecta para flores y se la bebieron en memorable juerga.
Esto y mil cosas más puede escuchar de boca de María, gitana prima de Pedro y Juan Peña, El Lebrijano, que regenta el bar El Uno de San Román; allí hay un pizarrín con un nazareno dibujado que va descontando los días que quedan para el Viernes Santos. Mientras se fija en los retratos del bar pida una cola de toro o una cabrillas.
Después no es ningún disparate entrar en El Remesal, 40 años de tasca, que fue antiguamente carbonería como revela Pedro Fernández, sobrino del dueño y que ofrece sardinas las 24 horas. Insólito y agradable servicio de urgencias que merece la pena aprovechar.
Ha sido bastante ajetreo, pero consuélese pensando que mayor lo tuvo Don Carlos Cepeda y Guzmán, poeta satírico y pariente de Santa Teresa, que tras rapto, reclusión, fuga, pleito y otros contratiempos, cuenta Manuel Ferrand, casó con una chica de este lugar. La abandonó a los pocos días del matrimonio, casi como usted deja el sitio con los oídos llenos de cante jondo a cargo de El Lebrijano, Chocolate, y, dicen algunos, Antonio Mairena. Todos estos y muchos más han cantado y cantarán aquí, en la mayor plaza del mundo.
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