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Columna
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Elecciones y violencia

Vuelve a ser el mensaje más preciado para el marketing electoral: vótenos usted, que sólo nosotros somos capaces de conseguir la paz. Es la promesa de las promesas, el producto estrella de la campaña electoral: nosotros tenemos la solución para acabar con la violencia de ETA. ¡Sólo nosotros! Rechace imitaciones. Ni tan siquiera necesita buscar y comparar, pues le aseguramos que no hay, que no puede haber, nada mejor. ¡Cómo va a haberlo si, precisamente, son los otros el principal obstáculo para la paz! Los demás, o no saben o, peor aún, no quieren acabar con la violencia. Pactos inconfesados o comunión objetiva de intereses políticos, para el caso es lo mismo, han entretejido una tupida red de complicidades que inhabilita a los otros para hacer lo que hay que hacer.

Escucho a PNV y EA decir que, porque son los que mejor conocen y los que más aman a este país, son ellos quienes harán realidad la pacificación posible. Por su parte, el candidato a lehendakari del PP promete firmeza, firmeza y firmeza hasta lograr la desarticulación total de ETA. En cuanto al PSE, sin haber matizado suficientemente aquella hombrada de poner fecha (cuatro años) al logro de la paz, ahora nos sale con que si la Iglesia vasca quisiera el 90 por ciento de los problemas de este país desaparecerían en cuestión de meses o años. Y EH... Atrapados entre el culto reverencial al Gran Hermano y la fascinación pedófila (políticamente hablando) por los jóvenes cruzados, convencidos de la legitimidad -¡al cien por cien!- del asesinato, tienen claro que la paz son ellos, pues ellos son también, al fin y al cabo, el furor, la rabia y la guerra.

Me dirán ustedes que no hay que tomarse las cosas al pie de la letra. Que, como es de sobra sabido, en el fragor de la campaña electoral se dicen muchas cosas que luego el tiempo y la realidad, tribunales inmisericordes que todo lo ponen en su sitio, se encargan de enmendar. Que a estas alturas de la democracia ya debería saber que la propaganda electoral es terreno propicio para el crecimiento de mentiras piadosas. Así será si ustedes lo dicen, pero permítanme recordarles que de la ilusión al ilusionismo hay un paso, y de este a la desilusión un paso aún más breve.

Por eso, yo les digo que no se crean ninguno de esos mensajes electoreros que buscan su voto con el cebo de la paz ya y para siempre. La violencia de ETA no tiene solución. Ni a través de la represión ni a través del diálogo. Los GAL fueron un intento de solucionar el problema de la violencia. Lo fue Lizarra. Como lo fue la dispersión. Represión ilegal hasta llegar al extremo del asesinato terrorista. Diálogo entre iguales hasta firmar un compromiso de desarrollo político. Represión legal endurecida hasta rozar/traspasar los límites de la propia ley. Todos esos polvos están en el origen de los muchos lodos que hoy nos anegan. Deslegitimación institucional, ruptura de la confianza entre los demócratas, confusión de medios y fines, ensanchamiento de la victimización y su consecuente círculo solidario. La única solución realmente posible es absolutamente perversa: el desistimiento y la sumisión colectivos. De ahí la vacuidad de las promesas de los vendedores de remedios mágicos para la paz. La violencia no tiene solución, pero tendrá fin. Será más bien una implosión, un deterioro interno, más próximo y fulminante que lo que hoy podemos imaginar.

Lo malo no es que cada partido busque el mayor número de votos cayendo en demasiadas ocasiones en un discurso de tómbola de feria. Lo peor de todo es esta negación que cada uno hace de los demás: no ya de su capacidad de combatir la violencia, sino de su voluntad misma de hacerlo. Lo peor es que cada uno, para venderse mejor, presente a los demás como tontos útiles, cuando no como cómplices objetivos de la violencia de ETA. Esto es lo peor de todo pues saben perfectamente, o deberían saberlo, que ninguno de ellos es imprescindible pero todos son necesarios para afrontar cívicamente la próxima explosión, pero también la no tan próxima, aunque igualmente cierta, implosión.

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