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Asalto a la razón

Joaquín Estefanía

No sólo las bolsas de valores son el problema, sino la economía real. La coyuntura lleva enjalbegadas dos damajuanas muy pesadas: Estados Unidos y Japón. La primera ha pasado de un crecimiento exuberante a la casi recesión. No ha habido aterrizaje suave, algo que durante muchos meses fue el anhelo de los responsables de la economía americana y los inversores, que querían evitar que la montura se desbocase. Hace tres trimestres, EE UU crecía al 5,6%; en el último trimestre del siglo, sólo al 1,4%. ¿Y ahora? Casi todos los indicadores reflejan un emporamiento: amplias existencias, producción industrial a la baja, caída de las expectativas de los consumidores (excepto este mes de marzo), catarata de despidos, revisión a la baja de los beneficios esperados en las grandes empresas. El FMI ha revisado drásticamente las perspectivas de crecimiento; si hace seis meses prevía un aumento del PIB americano del 3,2% en 2001, hoy cree que tan sólo crecerá un 1,7%. ¿Se imaginan un presupuesto sometido a una rebaja de casi el 50%?

Hace medio año, los servicios de estudio aconsejaban a la Reserva Federal (Fed) extremar la vigilancia para evitar los riesgos asociados a un excesivo crecimiento económico y a una alta inflación. Hoy es al contrario. Durísimo contraste. Durante 1999 y parte de 2000, Alan Greenspan subió ocho veces consecutivas los tipos de interés para evitar un rebrote inflacionista que, según sus críticos, nunca había existido. Ahora se ve obligado a rehacer el camino, pero en sentido contrario y a más velocidad. En lo que va de año, la Fed ha bajado el precio del dinero (del 6,5% al 5,5%) dos veces ya, y se espera, casi con seguridad, que en su reunión de mañana volverá a hacerlo. Nunca, en los 14 años que lleva al frente de la Fed, el dinero se había abaratado con tanta rapidez y con una rebaja de medio punto de una vez. Para mañana, los pronósticos oscilan entre una reducción mínima de 0,25 puntos y una máxima de un 0,75%. Si el maestro, el látigo de la exuberancia irracional de los mercados, ha de recurrir a esta política tan compulsiva, seguramente es porque la economía está mucho más fría de lo que los mortales suponemos. ¿Habrá cometido Greenspan el mismo error que a principios de los noventa, cuando al tardar en aplicar una política monetaria más laxa dejó que la recesión se le echase encima y acabó con las aspiraciones de George Bush padre de repetir otro mandato en la presidencia del Gobierno? ¿No es perfecto Greenspan?

Japón acaba de reconocer oficialmente lo que todo el mundo sabía de modo extraoficial: que el archipiélago ha entrado en deflación. Robert Reich, secretario de Trabajo con Clinton, escribió hace tiempo un artículo titulado La deflación es el verdadero enemigo, en el que explicaba: 'Una espiral deflacionaria puede ser tan peligrosa como la inflacionaria. La caída de los precios reduce los beneficios, estimulando recortes de plantillas y de sueldos. Como consecuencia, los trabajadores tienen menos dinero para comprar bienes y servicios, lo que alimenta de nuevo el ciclo. En contraste con los periodos de fuerte demanda, caracterizados por bajo paro y sueldos crecientes, los periodos de demanda débil llevan a un mayor paro y a un descenso del nivel salarial'. Japón, que está a punto de echar a su Gobierno, se ha salvado de una recesión oficial porque su PIB correspondiente al último trimestre de 2000 creció un 0,8% (tras haber decrecido un 0,6% tres meses antes). Pero su economía no despega. Ha arrebatado con justicia el concepto de década perdida a América Latina durante los años noventa. En esta cuasi recesión acompañada de deflación, el paro sube, el consumo no crece, la Bolsa bordea la sima con constancia y, sobre todo, el sistema bancario se resquebraja. Ojo con lo último: ya se sabe que, cuando las finanzas tosen, la economía se ahoga. La agencia de calificación Fitch IBCA acaba de poner a 19 bancos japoneses en vigilancia negativa, lo que ha añadido miedo al temor de que el sistema financiero japonés esté al borde del colapso. No es un resfriado. Según algunas estimaciones no demasiado pesimistas, el monto de los créditos impagados alcanza los 64 billones de yenes (casi 100 billones de pesetas, el equivalente al PIB español). Al crecer el número y la cantidad de préstamos incobrables, los inversores muestran casi todos los días su nerviosismo, y el índice Nikkei se desploma. En el peor de los escenarios, un grupo de bancos japoneses de gran envergadura podría quebrar antes de que el Gobierno pusiera en marcha una línea de rescate; en el mejor, algunos de ellos podrían declarar una moratoria en el pago de sus obligaciones a las entidades extranjeras, lo que afectaría, ahora ya sí, a los mercados financieros globales.

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La pesadilla para la economía mundial surge de la suma de las recesiones norteamericana y japonesa y de una coyuntura europea no muy limpia (aumento de la inflación, crecimiento más lento) y sin la capacidad de arrastrar al resto de las regiones del planeta hacia posiciones de bonanza. Como siempre, lo más importante es EE UU. ¿Tendrá la coyuntura estadounidense la forma de una uve, de manera que tras alcanzar el punto más bajo volverá a subir en el segundo semestre del año con parecida fortaleza que antaño? ¿O la forma de una u, lo que significa un largo periodo de postración antes de recuperarse de nuevo? ¿Tal vez la forma de ele, lo que se puede interpretar como su instalación en un ritmo de crecimiento muy bajo o negativo a largo plazo? Las apuestas todavía están, dos a uno, a favor de la primera fórmula, pero aumentan los agoreros.

El problema está en la economía real, no sólo en las bolsas. Pero también está en las bolsas. No en vano éstas se han constituido hace tiempo en factor autónomo de crecimiento económico: desde que en ellas invierte sus ahorros una parte muy significativa de la población de los países desarrollados, directamente o a través de los fondos de inversión y de pensiones. En 1929, apenas un 5% de la población invertía en la Bolsa de valores en EE UU; hoy lo hace más de la mitad de las familias. En España, ocho millones de familias están relacionadas con las bolsas de valores. En los últimos 12 meses, el índice Nasdaq, que agrupa a las principales compañías de Internet y de la nueva economía, ha perdido más de un 60% de su valor. No es el único. La pasada semana ha sido la más volátil de lo que va de año, y el Dow Jones cayó por debajo de los 10.000 puntos por cuarta vez en los últimos 15 meses. Las pérdidas de estos meses son, en su conjunto, muy superiores a las de 1929; la gran diferencia es que no se puede hablar de crash porque son pérdidas extensivas en el tiempo, a cámara lenta. No hay martes ni jueves negros como en el otoño de 1929.

Pocos meses antes del crash, escribía Galbraith en su libro más clásico: 'La producción y el empleo eran altos y aumentaban constantemente. Los salarios no subían demasiado y los precios eran estables. Aunque muchas personas eran todavía muy pobres, eran más los acomodados confortablemente, los prósperos y adinerados; en una palabra, los más ricos que nunca... Los negocios eran prósperos y permitían ganancias que se incrementaban rápidamente; ciertamente, era una suerte ser hombre de negocios en aquella época'. A mitad de los felices veinte, las cosas empezaron a torcerse, aunque con lentitud, a veces de modo inapreciable en la vida cotidiana, pues crecía el consumo. Todavía en septiembre de 1929, el presidente de la Stock Exchange (institución análoga a la española Comisión Nacional del Mercado de Valores) declaraba: 'Se han acabado los ciclos económicos tal como los hemos conocido'.

De los ocho ajustes significativos en la historia de los mercados de acciones en EE UU (caída de las cotizaciones igual o más del 20% desde el máximo), cinco de ellos estuvieron inmersos en recesiones, mientras que los otros tres -años 1962, 1966 y 1987- no tuvieron recesiones vinculadas. De hecho, en esos tres casos la recuperación de los mercados tuvo lugar durante las siete semanas siguientes a la máxima caída de los índices. ¿Qué ocurrirá ahora? ¿Qué puede suceder si la Fed baja mañana los tipos y se produce una inmediata reacción alcista en los mercados que no tiene continuidad (lo que los expertos llaman expresivamente rebote del gato muerto)? ¿Qué pasaría si tras la caída de la Bolsa hay encadenamientos financieros, al no pagar mucha gente su apalancamiento (hay ciudadanos que se endeudan poniendo como garantía las acciones que han comprado, acciones que van perdiendo su valor)?

La nueva economía ha traído elementos positivos (la extensión de la información y del conocimiento, la tecnología, el crecimiento económico, y también, como ha escrito Robert Samuelson, 'un estado mental, una convicción de que, a través de las maravillas de la tecnología, la economía ha entrado en un permanente éxtasis. Todo es una promesa y no hay peligros'), pero también un asalto a la razón. Una ceguera voluntaria: la creencia (pues era tan sólo algo parecido a una creencia religiosa) de que se habían acabado los ciclos, de que la cultura del pelotazo se había democratizado (el capitalismo popular), de que las bolsas sólo podían subir, de que lo importante era el crecimiento y no el valor de las empresas y, como consecuencia, el dividendo era sólo el aguinaldo. Cómo no hacer llamadas a la cautela y, sobre todo, a la historia. En asuntos financieros y bursátiles hay una extrema fragilidad de la memoria y, en consecuencia, los desastres se olvidan rápidamente. Cuando vuelven a darse las mismas circunstancias u otras muy parecidas, a veces con pocos años de diferencia, aquéllas son saludadas por las nuevas generaciones como un descubrimiento innovador. Hay pocos ámbitos en la actividad humana en los que la historia cuenta tan poco como en el campo de las finanzas. La actividad pasada, en la medida en que forma parte de la memoria de todos, es relegada a la condición de primitivo refugio para aquellos que carecen de la visión necesaria para apreciar las increíbles maravillas del presente.

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