Vivir y morir en Buenos Aires
La caída libre de las clases medias y bajas en el abismo económico ha disparado espectacularmente los índices de delincuencia urbana de la capital argentina
-¡No tengo más, te lo juro, por favor no me mates!
-Sí, te voy a matar, ¿por qué no?
-¡No, no, no me vas a matar por dos pesos!
-Si mi vida no vale dos mangos, ¿por qué va a valer más la tuya?
Le temblaron las piernas y cayó de rodillas mientras el pibe que le apuntaba tiraba de la correa de su reloj. El eco de una sirena que se acercaba le salvó la vida. El ladrón huyó y él puede contarlo. Sucedió en Buenos Aires, a finales del pasado año. Desde entonces hasta ahora, ese tipo de delito callejero se habrá repetido al menos cincuenta veces en versiones parecidas, pero muchos han muerto. Los testigos siempre ven a pibes, dos o tres, jóvenes, adolescentes, "seguro que estaban drogados", añaden.
En las inmensas villas miseria de la capital argentina y del gran Buenos Aires - donde se asientan también, como si fueran cuarteles, los clubes de campo y los barrios privados, alambrados y protegidos por las fuerzas armadas paralelas de la seguridad privada-, barrios de chabolas y casas ocupadas, subsisten más de tres millones de personas en condiciones de indigencia y pobreza que sólo pueden conseguir en el mejor de los casos un plan trabajar, consistente en un subsidio oficial de cien dólares o las llamadas changas, tareas temporales en las que se gana no más de 200 dólares al mes.
La caída libre de las clases medias y bajas en el abismo económico después de la liquidación de los bienes del Estado en los primeros años de la década menemista, durante el Gobierno que presidía el peronista Carlos Menem, no parece tener fin. La degradación y el derrumbe del ánimo se percibe en las calles junto con la cantidad inédita de pordioseros, mendigos y linyeras (los sin techo
"Mirá a tu alrededor"
En la película argentina Nueve reinas, la de mayor éxito de la pasada temporada, uno de los protagonistas, interpretado por el actor Ricardo Darín, dice al compañero, un estafador callejero algo más joven, discípulo suyo: "Mirá a tu alrededor". La escena transcurre en una de las esquinas frente al obelisco, el monumento emblemático de la ciudad situado en el centro de Buenos Aires. La mirada del otro actor, Gastón Pauls, recorre con la cámara cada uno de los rostros que Darín señala: "Ése, aquél, allá, ése..." Todos están listos para trabajar en un delito que va a cometerse. Robar un auto, asaltar al cliente que acaba de retirar dinero de un banco, apretar al pasajero de un taxi para saquear los cajeros automáticos con sus tarjetas de crédito, quitar de un tirón la cartera a una mujer. Están ahí. La cámara no hace más que registrar lo que cada día sucede en las calles, con los agentes de la policía apostados y la patrulla circulando.
En el centro, como en los barrios, Buenos Aires lleva una doble vida, la que se aprecia a simple vista y la que transcurre en los prostíbulos y garitos clandestinos, debajo de los puentes, en los sótanos del sistema. Rafael Bielsa, el síndico general de la nación, hermano de Marcelo, entrenador de la selección argentina de fútbol, opina que "se ha invertido la clásica movilidad social argentina; ahora el techo no es perforable y lo permeable es el piso. Por eso se cambia de clase pero hacia abajo". Un vendedor de zapatos del barrio de Belgrano le dice a Bielsa: "Por un pelo, en los años 70, me salvé de los milicos; por un pelo, en la democracia neoliberal, me salvé de caerme de la clase media; por un pelo me salvé la semana pasada de ahogarme en una de las frecuentes inundaciones del barrio cuando llueve, pero ahí perdí todo, la mercadería y la voluntad".
Durante la última inundación tras la tormenta que se descargó en Belgrano, un típico barrio de clase media, el torrente de agua rompió el ventanal de un asilo y cinco ancianas que estaban en un salón por debajo del nivel de la calle murieron ahogadas.
Ingenio para pedir limosna
El síndico Bielsa observa que "a los pobres, todo cada día les cuesta más" y deben aguzar su ingenio hasta para pedir limosna. Cuenta entonces una anécdota personal: "Viernes, 19 de enero, las diez de la mañana. La secretaria atiende un llamado telefónico: quisiera hablar con el doctor". ¿Motivo? "Es personal", responde una voz de mujer. "Para asuntos personales llame a su casa", contesta la secretaria. "Dígale que llamó María, de Castelar". La llamada se repite tres veces. Por la tarde, María se presenta en el despacho. Entrega una carta manuscrita con errores de ortografía que saltan y hacen daño a la vista. "Traigo un mensaje personal, no deje de escucharme, tiene que saver", se lee. La mujer tendría entre 45 y 60 años, vestía con una falda negra limpia y un jersey. Se sienta y relata la versión de una penosa historia común. "Mi marido murió el año pasado y tengo ocho hijos", comienza y hasta el final no dejará de llorar. "Vivimos debajo de un puente. Mis cuatro hijos varones revisan la basura y hace tres meses encontraron esto", dice, al tiempo que extiende una revista donde se publica una entrevista al propio Bielsa y se ve una foto suya. "Mis hijos me dijeron: este hombre tiene la mirada de Cristo y nos va a ayudar. Yo, señor, quiero irme con mi madre al pueblo y necesito 200 pesos para pagar el viaje". Bielsa reúne el dinero y se lo entrega. Ella agradece: "Mis hijitos tenían razón, doctor. Mientras yo viva, a su foto no le faltará una vela".
Tiempo después, el mismo Bielsa podrá comprobar, por diversos testimonios, que le habían hecho uno de los tantos "cuentos del tío" o sanatas que se reproducen cada día a cientos en la ciudad.
Hoy, aquí, te mueres de nada y por nada. El pasajero de un autboús murió aplastado por una piedra de dos kilos de peso que le dio en el pecho mientras dormía. La piedra había sido arrojada desde un puente peatonal que cruza la autovía de entrada a Buenos Aires. Los pibes que cada noche salen a arrojar piedras a los autos y les obligan a detenerse para luego robar a los conductores se refugiaron en una de las villas miseria que cercan la autovía.
Te mueres. De hambre, apuñalado en las tribunas de los campos de fútbol, tiroteado en las calles cercanas, asesinado por policías o ladrones, aplastado debajo de un coche o de un camión que se salta los semáforos en rojo.
Los accidentes son la principal causa de muertes violentas en Buenos Aires. Según las estadísticas del Cuerpo Médico Forense, triplican la cifra de asesinatos y la mayoría de ellos corresponden al tránsito en la vía pública.
El Ministerio de Salud informa que "la inseguridad vial cobra 35 víctimas fatales por mes, de las cuales el 65% son peatones atropellados. Los ancianos, el principal grupo de riesgo, los motociclistas y los varones jóvenes en general predominan entre quienes pierden la vida".
Noticias del día
Crimen y violencia, con un porcentaje del 98,3%, son los principales problemas de la actualidad bonaerense, por encima del desempleo (97,5%) y de la pobreza (97,1%), según la encuesta de calidad de vida realizada por el Centro de Estudios de opinión Pública (CEOP). Del millón doscientos mil delitos denunciados oficialmente en todo el país (se calcula que más de un 30% de los damnificados ya no avisa a la policía) en el año 2000, el 66% fueron contra la propiedad: robos y hurtos. En la Capital Federal, 10 de cada 100 personas dijeron haber sido robadas en 2000. La mayoría de los autores de esos robos tenían entre 18 y 25 años. La actualidad más inmediata da fe de ello: el pasado jueves, tres hombres jóvenes entraron en la casa de un médico en Tolosa, gran Buenos Aires; le robaron y violaron a una de sus hijas. El miércoles 7 de marzo, en Tigre, gran Buenos Aires, una mujer de 18 años que vendía utensilios escolares casa por casa y llevaba a su bebé de 19 meses en brazos fue asesinada de un disparo cuando la policía seguía a una chica de 14 años que poco antes había robado un coche. El lunes anterior, 5 de marzo, un bebé de cuatro meses murió cuando el coche de sus padres fue atropellado por el que ocupaba una banda de ladrones a los que perseguía la policía. Enrique Sdrech, el más veterano y experimentado de los cronistas policiales de Argentina, transmite su desolación en los telediarios: "Ya no hay códigos entre policías y ladrones, antes no se mataba por matar como ahora". El gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires, Carlos Ruckauf, responsable de la temida policía bonaerense que dispone de 40.000 hombres armados, basó su campaña electoral en la necesidad de "mano dura" y bajo la consigna de "meter bala a los delincuentes". Las denuncias registran el llamado "gatillo fácil" de la policía. Todos matan más. El pasado mes de febrero, una noticia aparecía en las portadas de los periódicos: "Al grito de 'asesinos', manifestantes enardecidos atacaron la comisaria de Miramar, al sur de la provincia de Buenos Aires, tras la marcha de silencio que habían realizado casi seis mil personas para reclamar el esclarecimiento del crimen de Natalia Mariel Melmann, de 15 años, violada y luego estrangulada con una cuerda". Las crónicas añaden el nombre de Natalia a una extensa lista de asesinatos de jóvenes. Según fuentes oficiales, en 1999 se recibía una denuncia por semana de desaparición de niños o adolescentes; en 2000, una cada 36 horas; en lo que llevamos de 2001, dos por día. También en febrero, en Mar del Plata, cuatrocientos kilómetros al sur de Buenos Aires y cincuenta antes de Miramar, sobre el Océano Atlántico, una manifestación protestaba contra la muerte de forma violenta de 26 mujeres en los últimos dos años, sin que la policía encontrara a los culpables de esos crímenes. El hermano de Natalia recordaba, entre lágrimas, que sus padres habían decidido irse a vivir en Miramar porque estaban asustados de todo lo que pasaba en la ciudad y con la intención de que ellos crecieran en un sitio más tranquilo y seguro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.