Santorales
Hay una asignatura permanentemente pendiente en nuestra sociedad (a duras penas abierta) y es que incluso la gente más lúcida se instala en la decepción a cuenta de que el otro se aferra a sus propios mitos. Vivir el pluralismo, navegar entre las libertades duele si el otro prefiere la cueva inocua, rituales anacrónicos o gastronomías trascendentes. Mientras esa libertad del otro no se estrelle en nuestras propias narices la manga ancha es un ejercicio de tolerancia y de adaptación a una complejidad no siempre amable.
El asentamiento de la libertad ayuda a tolerar sin tristeza a los excéntricos y a los radicales, a los conservadores y a los alternativos, a los místicos y a los consumistas, a los laicos y a los religiosos, a los autistas y a los clónicos, a los críticos y a los conformistas, a los lúcidos y a los imbéciles, a los hedonistas y a los sincréticos, a los justos y a los pecadores, y, en fin, a ellos y a nosotros, que son, en definitiva, las dos categorías complementarias y no antagónicas de la sociedad abierta.
Cada una de estas cofradías desarrolla su propio código de lealtades, convicciones y estética. La ley dicta para ellas un respeto jurídicamente operativo. Nadie puede obligar a otro a comulgar con el santoral propio. Ni siquiera hemos de contestar a preguntas sobre nuestras creencias cuando lo hace una autoridad política o judicial. Por eso es bueno que cada uno tenga su ámbito de realización sin que sus ritos importen más allá de la curiosidad, si se producen pacíficamente y sin menoscabo del respeto a los demás.
Cuando observo a muchos amigos laicos, progresistas y lúcidos deplorar abiertamente que una comunidad de creencia, la Iglesia Católica, acabe de iniciar el proceso de santificación de unas personas de nuestro propio país que murieron asesinados porque eran católicos me entristece que permanezcan en el desconocimiento de lo que cada cosa es, y le den (hoy) más importancia de la que tiene: para los católicos (y es un asunto suyo) la decisión de beatificar a 222 valencianos es motivo de fiesta grande; como para los socios y simpatizantes del Valencia C.F. lo es el sueño de ganar la Liga de Campeones, o para el PSPV-PSOE desbancar al PP en las próximas elecciones, por poner otros ejemplos que afectan a miles de valencianos, y matizando todo lo que haya que matizar.
En otros momentos -y otras cofradías-, hemos celebrado centenarios y aniversarios de miembros de nuestro propio santoral: unos homenajean a los brigadistas de la guerra civil, otros van en romería al Fossar de les Moreres o al de la Església de Sant Martí, donde están enterrados los agermanats de Valencia, unos desempolvan Papas de escándalo, y, en fin, otros enmudecemos frente al Holocausto...
Que el PP gobernante valenciano estuviese en masa en la plaza de San Pedro el domingo pasado no debería escandalizar a quienes conocen la amalgama de fuerzas sociales, culturales, económicas y religiosas que le apoyan aquí. Si un día lamenté públicamente que la alcaldesa de Valencia convocase a la ciudadanía en un bando para que mostrásemos nuestro fervor a la Virgen, porque me pareció que su cargo no lleva adosado el oficio de muecín en un Estado oficialmente laico, que destacados gobernantes de aquí estuvieran en Roma debería verse como lo que es: una deferente actitud políticamente calculada hacia parte de su clientela. Al fin y al cabo, el asunto de beatos y santos importa a mucha gente y lleva casi veinte siglos.
Vicent.Franch@eresmas.net
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