Años y años a golpe de reproche
Dos mujeres inmigrantes cuentan su lucha contra la doble y hasta triple discriminación que sufren
Tener que soportar los continuos reproches de su entonces marido fue lo más duro. La convivencia estuvo cuajada de acusaciones como: 'Yo te traje, y yo te mantengo. Si no fuera por mí te morirías de hambre'. Él le acusaba de vivir de prestado cuando por él renunció a vivir en su México natal y se vio obligada a aparcar su carrera profesional como maestra. La mexicana Regina Covarrubias ha tenido que sufrir la doble discriminación de ser mujer y, además, inmigrante. Otras lo tienen peor. Pilar Obama, nacida en Guinea Ecuatorial, enumera con amargura lo que ella denomina sus 'tres delitos': 'Ser mujer, ser africana y ser negra'.
Ambas viven en Bilbao y junto a centenares de mujeres y algunos hombres marcharon por las calles de la villa el pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer trabajadora, en recuerdo de más de 108 mujeres que décadas atrás murieron abrasadas en una factoría de Estados Unidos, en demanda de iguales derechos laborales a los de los hombres y de la aún pendiente igualdad real entre los sexos. Y es que ambas coinciden en que si los inmigrantes lo tienen difícil, las inmigrantes lo tienen aún más complicado.
Pilar, Regina y muchas bilbaínas que una vez fueron inmigrantes caminaron tras una pancarta que reclamaba 'papeles para todas'. El capítulo de la regularización es el único que para ambas fue relativamente fácil. Porque las dos décadas transcurridas desde su llegada a España han sido una odisea para ambas.
Pilar se vino de la mano de su hoy ex marido, acusado de intentar dar un golpe de Estado en Guinea. Logró la residencia inmediatamente. Tras 12 años en Madrid, lleva ocho en Bilbao con sus cuatro hijos. Al comprobar que hasta trabajar como empleada del hogar era difícil -'y eso soy española y tengo DNI'-, optó por abrir el primer bar africano en Bilbao. Los vecinos le hostigaron durante años y tampoco la policía le dejó tranquila, pero lo sacó adelante porque, como dice, es 'terca, terca, terca'.
Relación infernal
La odisea de Regina, que vino al casarse con un español, comenzó al comprobar que, por más que ella buscara un empleo de maestra como el que tenía en Monterrey, no tendría hueco 'mientras hubiese nacionales en paro', explica. Tiene ya 59 años y nunca jamás volvió a subirse a una tarima en una aula. Su marido enfermó gravemente y, tras dedicarse años y años a cuidar de él y criar al hijo de ambos, la relación se tornó infernal. Vencer la soledad del hogar -seguía sin encontrar trabajo- fue dificil para esta mujer, que en su país militó en grupos feministas pero que en Bilbao tuvo que recluirse en el hogar. Finalmente reunió fuerzas para decidir separarse. Cuando lo logró, el pasado verano, cambió su vida, aunque el precio a pagar fue altísimo. Se fue con su hijo y, como quien dice, lo puesto. Rechazó reclamar nada a su marido para que la separación no se dilatara ni un minuto más de lo esencial.
Pilar admite que antes no tenía conciencia de la discriminación que sufren las mujeres. 'Ya me he concienciado, quizá por todos los palos que me ha dado la vida', afirma convencida. Tiene una relación muy estrecha con otras guineanas, aunque no están organizadas. Y, eso sí, a sus cuatro hijos (dos chicas y dos chicos) les educa 'exactamente igual'. 'Ellos saben que yo cocino, pero poner la mesa, recogerla, fregar, son tareas que les toca hacer a ellos por turnos'. Regina admite veladamente que su hijo veinteañero no colabora como que debiera.
Cuenta Pilar que ve satisfecha, cuando ha visitado Guinea Ecuatorial, que las mujeres de allá ahora se organizan para reivindicar sus derechos. Regina, a quien esta semana se le acaba el trabajo que tenía y prevé pedir el salario social, se plantea crear una asociación de mujeres latinoamericanas para evitar que otras estén tan solas y desamparadas como ella se ha sentido.
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