Vertebración y liderazgo
El autor sostiene que la vertebración de la región no se identifica con obras tangibles y sí con un nuevo sistema de valores
Los mosqueteros que han salido estos días a demostrar lo desvertebrada que se encuentra aún hoy Andalucía, hablan un lenguaje esotérico en contra del agravio comparativo que fomentan y a favor de una cohesión que ellos mismos contribuyen a desalentar. Hay que ser muy andaluz de todas partes, y sobre todo de toda Andalucía para sustraerse a la marea de localismos que la caja de cajas, el estatuto de capitalidad, el desprestigio del Parlamento y las pugnas de las grandes áreas metropolitanas se traen entre sí, azuzadas por la indefensión burocrática en la que se ha dejado la celebración del 28-F.
Atentos a su electorado minúsculo o mayúsculo, pero siempre local, los políticos andaluces son rehenes de sus compromisos con sus partidos, sus ciudades, sus grupos de influencia y los poderes gremiales. Parece que hay quienes no entienden que Andalucía ha cambiado mucho y vive ajena a sus políticos, en tanto que estos carecen de las mínimas conexiones con esos cambios y vive la realidad de una economía atrevida e innovadora.
Lo que la clase política entiende a duras penas es que se ha quedado vieja para descollar en una sociedad que le lleva años luz
Una economía y una sociedad que cambian a identidades variables de geometrías no lineales, ni euclidianas, que tienen nuevos espacios de oportunidad y nuevos tiempos de plazo. La identidad entendida como una síntesis de valores en torno a símbolos concretos, está dejando paso a un territorio identitario más complejo que se organiza en torno a tres sistemas: En primer lugar, las vertebraciones mezcladas de los aspectos naturales, físicos, institucionales y sociales, propios y adquiridos; en segundo lugar, el conflicto entre lo local y lo global que vivimos en nuestros días; y por último, la adopción de pautas generadas por los contenidos mestizos de la cultura tecnológica y audiovisual del mercado multinacional.
Traducido a un lenguaje más claro, Andalucía busca hoy nuevos mitos de vertebración en su medio natural y físico, en su patrimonio y cultura, en la incorporación al cambio tecnológico. Ya no le valen los símbolos antiguos. La Expo 92, el AVE y la A-92 ya no sirven de reclamos. Un objetivo autonómico nuevo no se identifica con infraestructuras tangibles, parece que más bien se propone como un nuevo sistema de valores que se reclaman a la modernidad del nuevo milenio.
Andalucía, no sólo no es ajena, sino que está totalmente sumida en la sociedad de flujos y en el complejo de redes que enmarca el nuevo territorio de países y regiones y polariza nodos mediáticos en el espacio virtual y en ciudades y sistemas de ciudades. La posición geoestratégica de Andalucía le ha servido para asumir con mayor rapidez que otras comunidades europeas más desarrolladas un papel integrador de fusión de mensajes y de culturas. La ventaja es doble porque afecta a la dotación comunicacional (punto de enlace con sistemas globales vía satélite desde Canarias) de transporte de redes (electricidad, gas natural, etc) y a la capacidad física y social para la absorción de migraciones.
Entre los cambios ventajosos más radicales de los veinte años de autonomía se encuentran el cambio de una sociedad agrícola una sociedad urbana, el declive industrial y el auge turístico, el paso de una identidad fraccionada a una identidad agregada, el vuelco de una economía local a global, el cambio de una cultura predominantemente oral a crecientemente mediática, el cambio del aislacionismo a la integración en España y Europa, el flujo de telecomunicaciones como parte de una nueva identidad, la concentración litoral y metropolitana, del interior al exterior, los cambios en el sistema de ciudades y el modelo territorial andaluz, el crecimiento de las ciudades medias y la expansión económica de sus entornos. Cambios todos ellos de profunda asimilación por su gente, sus elementos emprendedores y sus instituciones públicas y privadas más activas, cambios sin masticar de verdad por partidos y dirigentes.
La articulación producida por la A-92, con ser trascendental, ya no sirve de referencia. No existen en el horizonte próximo actuaciones de infraestructuras de ese rango -ni son necesarias, por muy apremiantes que resulten-, como lo fue aquella en su día. Son elementos parciales, imprescindibles, tradicionalmente exigidos o demandados desde periferias más o menos aisladas o conectadas, pero ninguno tiene el poder simbólico que tuvo el eje interior andaluz. Hay muchas infraestructuras que requieren inversiones y obras, pero lo que Andalucía realmente necesita es un horizonte adecuado a sus nuevos valores.
Lo que la clase política andaluza entiende a duras penas es que se ha quedado vieja y sin desafíos y tiene que conformarse con estériles disputas clientelares para descollar en una sociedad que le lleva años luz de ventaja. Ofrecer a toro pasado debates desfasados sobre la cohesión del territorio andaluz, cuando la gente en Andalucía se sabe global en un mundo global, es como intentar vender como innovación el Rocío a las nuevas oleadas de jóvenes inquietos.
Y es que está muy mal decir que Sevilla es la capital de Andalucía, o criticar a su alcalde por decirlo cómo lo dice, pero también decir que las demás capitales tienen objetivos diversos a ella y criticar a sus alcaldes por decir justamente lo contrario. Se ve fatal no compartir los discursos localistas, porque esos -supuestamente-, dan votos. Es difícil no decir que la caja única, se implante donde se implante ni será única ni tendrá emplazamiento fijo. Más complicado parece afirmar que las aglomeraciones urbanas, además de planes subregionales necesitan estatus políticos de áreas metropolitanas reales, con poderes encabezados por el liderazgo de las ciudades cabecera y no tanto del cada vez más débil de la Junta. Discutido también hasta el desmayo es contradecir críticamente el vergonzoso episodismo anecdotario del Parlamento. Todo eso suena a poco patriótico, poco correcto y poco andaluz, cuando lo andaluz es sinónimo de fraterno, cosmopolita y global.
Lo andaluz es hoy, en la economía global, otra cosa. La identidad andaluza está mucho más cerca de los valores e innovación de las redes tecnológicas, de la formación de capital humano y de empresa-riesgo, que de la subvención y el clientelismo; está mucho más ligada de lo que muchos creen en torno a los valores medioambientales y ecológicos modernos, a la red de nuevos flujos de transporte de información y comunicaciones; se rige mucho más que antes por la puesta al día de símbolos culturales de tolerancia y de variables comunitarias de calidad de vida.
Por eso la vida en la nueva sociedad es el objetivo mítico más sugestivo que se puede ofrecer hoy a los andaluces, aunque eso no coincida con la opinión de políticos sin discurso. El objetivo de los cables, las redes, las fibras, los flujos, los sistemas compartidos, la información, el capital emprendedor, la economía social, el reto tecnológico y sus correlatos culturales y ambientales son lo que reclaman los andaluces. Se sienten más vertebrados y cohesionados en la sociedad de la información que en la mediatización mediocre de los medios, el cínico desparpajo de su vaivenes políticos y la turbia mala fe de las emboscadas parlamentarias, provengan de donde provengan.
Andalucía tiene en la tecnología del conocimiento, en la mejora de su patrimonio vital y en el medio ambiente las tres propuestas que más pueden proyectar un liderazgo comunitario y vertebrador de Andalucía. Son transversales, tanto o más que las de la A-92 en su día, pero no se ven tanto, porque presuponen que, quienes las lleven a término, han de conocer bien los deseos e ilusiones actuales del pueblo andaluz, que están muy lejos del localismo y muy cerca de lo global.
Decirlo puede que no arrastre multitudes, pero convertir Andalucía en un territorio inteligente es la mejor estrategia de sus ciudades para el próximo milenio. Eso no se hace si no se comprende que la deslocalización actual se alimenta de un imaginario de símbolos y el símbolo de Andalucía está lleno de las mejores redes para pescar el futuro.
Carlos Hernández Pezzi es arquitecto.
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