Autonomía, ¿para qué? (2)
La semana pasada intenté trasladarles la preocupación por el balance que pueda hacerse de 20 años de autonomía andaluza. Y empecé, como mandan los cánones periodísticos, por algunos síntomas recientes. Así, el enredo de las cajas de ahorro, que está poniendo en crudo la falta de cohesión interna, y de autoridad, en el PSOE; la acumulación a todas luces excesiva de pleitos pendientes en la sala de lo contencioso (62.472, para ser exactos); o el desdichado incidente xenófobo en el Parlamento. Signos más que elocuentes de que algo no funciona, al cabo de tanto tiempo. O de que algo se está empezando a desactivar, con la inestimable ayuda del Gobierno de la nación y sus sonados incumplimientos inversores con nuestra comunidad. En casa del pobre, ya se sabe, todo son broncas. Desde luego, todas esas actitudes conducen a una cierta, paulatina desarticulación de la idea misma de Andalucía como conjunto. Precisamente lo que más costó construir aquel inolvidable 28 de febrero de 1980, y todo por una multitud de intereses particulares que no hacen más que combatirla.
Sirva como ejemplo algo que pasó, entre los días 14 y 15 de febrero, y entre bastidores, cuando un infortunado diputado socialista, tras comprender que ya no le era posible esconderse por más tiempo detrás de otro diputado del PP, puso en marcha una tardía y lamentable autoinculpación como autor de la frase xenófoba. Pues bien, todavía en ese momento, una parte destacada de la dirección del PSOE, asociada al eje Málaga-Granada, tradicional adversario del sector sevillano, pretendió que ese diputado solamente se desprendiera de su condición de miembro de la mesa del Parlamento, y no de la de diputado ni de la de miembro de la ejecutiva regional, pues esto causaría una considerable pérdida de peso político a dicho sector. Y eso, cuando ya el mismo PSOE había advertido de que el autor de la triste expresión debería abandonar la Cámara. Es decir, que se pudo originar un escándalo todavía mayor, ante la ciudadanía y ante el electorado socialista, por esa actitud, llamémosla pastelera, de los amigos del diputado malagueño, que sólo evitó la cerrada, y desde luego correcta tesis de la expulsión total, que defendió la otra parte de la ejecutiva. Entre unos y otros, Chaves perdió un tiempo precioso, que permitió a Rodríguez Zapatero adelantarse pidiendo disculpas al PP.
Pero el jueves pasado dejé aparcado otro asunto importante, que curiosamente tiene relación también con el eje Sevilla-Málaga. Y lo hice quizás porque me produce como una alergia intelectual. Me refiero a la rivalidad política entre esas dos ciudades (que, desde luego, tiene traducciones desagradables en la vida social). Pero hemos de ser consecuentes con nuestro análisis de síntomas, aunque aquí se trate de una pelea artificialmente alimentada por los sucesivos alcaldes de la ciudad de la Costa del Sol, incluido muy oportunamente el señor De la Torre. Le faltó tiempo al edil malagueño, como a sus antecesores, para darse por aludido en cuanto un alcalde de Sevilla, ahora Sánchez Monteseirín, abrió la boca en demanda de lo que cree justo para su ciudad, y sin rozar ni mencionar a ninguna otra. Como debe hacer todo alcalde que se precie. Pero hoy ya se nos ha acabado la columna.
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