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Columna
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Pegar el rabo, serrar la vieja

Es errónea la creencia, alentada por la iglesia católica, de que en la cuaresma se apagaban por completo las energías festivas del pueblo. Ni antes ni ahora ha sido eso verdad. Lo que ocurre es que, en ese interregno, las tendencias satíricas de la gente solían adquirir otras formas y otros protagonistas principales: los niños. Eran éstos los que, en una suerte de complicidad transgresora con los adultos, tomaban el relevo del carnaval y, a su manera, prolongaban las burlas y zarabandas que los mayores habían estado practicando hasta el miércoles de ceniza, el domingo de piñata o el entierro de la sardina, con sus cohortes de viudas plañideras y otros jolgorios.

En cierto modo es lo que sucede en la actualidad cuando, pasada la semana santa, la grey infantil saca a las calles andaluzas sus procesiones, con estandartes, tambores y demás simulacros de los desfiles de la pasión. Es más, pueden estos remedos muy bien considerarse como continuación y adaptación de otras antiguas procesiones infantiles, de tono más divertido, de las que hay constancia por lo menos hasta finales del siglo XVIII, y que tenían lugar a mediados de este interludio, entre marzo y abril, teóricamente penitencial.

Evolución de la moneda islámica

Es éste el catálogo de una exposición del mismo nombre celebrada en Jaén a finales del año pasado. Campos López ha pretendido esbozar de forma sencilla uno de los múltiples aspectos de la historia y evolución de la moneda empleada en el periodo islámico. La autora establece distintos apartados en función de los momentos históricos (emirato, califato, taifas...), centrándose en la evolución de la provincia de Jaén y especialmente en las piezas que se encuentran en el Museo Provincial. La descripción de los tipos y la estructura de las piezas, en su mayoría procedentes del Instituto de Estudios Giennenses, se recogen en este conciso pero revelador estudio en un momento en el que las investigaciones sobre la moneda andalusí se han renovado gracias a un mayor conocimiento sobre su circulación.

Así lo registra la obra del sevillano Blanco White, recientemente homenajeado en su ciudad natal. En su Carta Novena, escrita hacia 1820, para dar a conocer a los ingleses cómo era la añorada patria de sus desgarros, haremos un recorrido por las costumbres populares de España y, sobre todo, de Sevilla, de incalculable valor etnográfico. No muchos han reparado en esta faceta (consúltese el fundamental libro de Ana Pelegrín, La flor de la maravilla), excelente como todas en la obra de nuestro insigne heterodoxo.

'Bien me acuerdo', dice Blanco, al referirse a aquellas parodias carnavalescas, 'de cómo se me iban los ojos detrás de los niños pobres que jugaban en las calles de Sevilla'. Entre esos juegos, refiere el de colgar un rabo de papel a las viejas desprevenidas, chanza que culminaba con el grito coreado de '¡Lárgalo, lárgalo!'. Una broma que yo todavía presencié en Osuna, a mediados de los años setenta, pero entre personas mayores, e incluso con el remate de prenderle fuego al involuntario apéndice. Es, por demás, costumbre extraordinariamente antigua, recogida ya por Horacio.

Más adelante, describe Blanco: 'Los niños de todas las clases sociales (...) salen fantásticamente engalanados (...), con sombreros de papel dorado y con vestidos hechos con ejemplares de la bula del año anterior. Ataviados de esta manera, se dedican a alborotar durante todo el día, tocando tambores y matracas y gritando: '¡A serrar la vieja, la vieja pelleja!' (...) Creo que al final de todo este alboroto sierran en dos un muñeco en forma de vieja, símbolo de la Cuaresma'. (En Granada, el grito era: '¡La vieja, la vieja, la tía pelleja!').

Llama la atención el sutil escarnio público a que se veían sometidas las bulas, es decir, las licencias de papel pagadas a la iglesia para poder comer carne durante la cuaresma, haciendo que tuvieran alguna utilidad en el disfraz infantil. Y así era también escarnecida la propia cuaresma, 'ya que son muy pocos los vecinos pobres de las grandes ciudades que pueden comer carne durante el año', apostilla el sevillano. Tal vez esta explicación no se ajuste del todo a la verdad antropológica, pues estas mofas de viejas, al menos en origen, tenían que ver con los ritos del cambio anual, y con el eje paródico latino puer-senex (niño-viejo), que representaba la derrota del tiempo pasado, y de la muerte, y el triunfo de la vida renovada. Muchos de estos ritos quedaron trastocados de fechas al modificarse el antiguo calendario romano. Ello no impide, sin embargo, que con el tiempo se cargaran de nuevos sentidos, como el que recuerda el estremecido autor de las Cartas de España.

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