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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un virus del sistema

El sector ganadero europeo sostiene que la fiebre aftosa no tiene nada que ver con sus métodos de producción. Y uno de sus más cualificados portavoces, el presidente del Comité de Organizaciones Agrícolas de la UE, Noël Devisch, ha argumentado que 'la fiebre aftosa es un accidente que puede ocurrir en una granja biológica'. Cierto. Pero hay métodos de producción ganadera que parecen favorecer la propagación de los virus y llevar a remedios peores que la necesidad, como ilustran los más de 100.000 animales sanos sacrificados hasta ahora en la Unión Europea, en un radical intento de erradicar la enfermedad.

Los brotes de fiebre aftosa se adelantan a la ganadería intensiva en al menos cuatro siglos, pero una propagación tan rápida como la del brote actual sería inconcebible sin un modelo productivo que, con tal de exprimir al máximo el rendimiento y recortar los costes hasta lo imposible, rara vez duda en hacinar a los animales, en alimentarlos en condiciones poco higiénicas -un error compensado por otro aún mayor, que es el de añadir antibióticos a sus piensos- y en transportarlos a lo largo de centenares o miles de kilómetros hasta acceder a un gran matadero centralizado.

La fiebre aftosa no es un problema relevante para la salud humana. Tampoco es el más grave de los peligros veterinarios. De los animales infectados por el virus es difícil que muera más de un 5%, aunque esa cifra puede subir bastante entre los especímenes más jóvenes. Si las autoridades hubieran renunciado al exterminio de las granjas afectadas y sospechosas, el ganado habría superado el brote en el plazo de unas semanas y la enfermedad -tras causar una reducción transitoria en la producción de carne y leche- habría acabado por hacerse endémica, como ya lo es en muchos países fuera de la UE. Pero esa solución es inimaginable con el actual sistema de ganadería intensiva, basado en maximizar la producción y minimizar el coste y cerrar filas para mantener las subvenciones agrícolas, sin por ello ser capaces de garantizar la calidad ni la seguridad alimentaria.

Es preciso plantearse si los recursos que ahora absorben los subsidios a la producción intensiva deben irse desplazando, todo lo gradualmente que se quiera, a una explotación agrícola y ganadera más inteligente, más respetuosa con el medio ambiente, más exigente con la seguridad de los alimentos y menos obsesionada con una reducción de costes que, al menor problema, resulta contraproducente por los repetidos desplomes de los mercados y por los sacrificios masivos de las cabañas.

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