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Columna
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La tumba

Vaya, que ahora la obsesión de la gente parece ser vivir más y no la calidad de vida en la que se viva. A mí, la verdad, no me gustaría vivir más en aquellos países donde ser longevo signifique haber aguantado más injusticias de las que el cuerpo sea capaz de soportar. Pero por lo visto aquí el tema trata del caballo grande, ande o no ande, y todo el mundo quiere llegar a los cien años, o mejor, rebasar el siglo. Hace poco nos hemos enterado de que nuestro cuerpo no está diseñado para vivir mucho, y que desde el punto de vista de la evolución, el ser humano deja de tener valor cuando ha cumplido su papel reproductor, es decir, hacia los treinta años. Esto, dicho así, parece una barbaridad.

¿Dónde queda entonces la valiosa experiencia de la ancianidad? Eso, a la evolución, por lo visto, le importa un pito de sereno. Lo que le vale al mecanismo evolutivo es la fuerza fresca de los sementales capaces de multiplicarse, y sanseacabó. Después de eso, ya te puedes dar por enterrado. De modo que en el mundo, actualmente, donde están funcionando bien las cosas es en los países subdesarrollados, donde la población es más joven y la muerte más pronta. Cosas de las contradicciones. Alargar la vida del ser humano solo se logrará cuando se comprendan los procesos atómicos y moleculares que se asocian a la degeneración del cuerpo humano. Pero, para entonces, ¿habremos comprendido aquellos procesos asociados la miseria, la guerra y el hambre? Tengamos en cuenta que dentro de poco los países pobres donde la tasa demográfica aumenta sin parar serán exportadores de contingentes humanos para rellenar, por ejemplo, la población de España, que en pocos años será el país más viejo del mundo. Saber que la mano de obra barata colma los trabajos que los españolitos no queremos desempeñar, y que encima los emigrantes cotizan a la Seguridad Social cuando tienen contrato y papeles para que nosotros disfrutemos de una jubilación más o menos desahogada, deja a la actual ley de Extranjería como el paradigma de la imprevisión.

¡Ojalá todos los inmigrantes tuvieran papeles! Eso significaría que nuestra población está adoptando, por llamarlo de alguna manera, a unos huérfanos del desarrollo que pueden ayudarnos. Si no queremos retrasar las jubilaciones o promover sistemas privados de pensiones, Europa deberá convertirse en una sociedad multicultural, un crisol de razas. Como dice Jean Pierre Garson: 'La emigración cero es pura utopía'.

Pero si no queremos ver nuestro mundo occidental invadido por gente de otros colores, no nos inquietemos: para frenar el desarrollo de los países del Tercer Mundo aún nos queda el sida. Según parece, el sida mantendrá un efecto demográfico devastador. El crecimiento desequilibrado de la población mundial deberá tener en cuenta también las numerosas guerras, hambrunas, catástrofes y todo tipo de miserias imponderables, por hacer un chiste, que deberá soportar la población mundial en los próximos 50 años. Eso nos da un margen. Si no queríamos inmigración, tendremos vejez. A pesar de todo, no nos hagamos ilusiones, no será una vejez cómoda en un estanque dorado, puesto que, aunque se eviten las enfermedades relacionadas con el envejecimiento, aparecerán otros desajustes inventados por la madre naturaleza. Será la vejez pura y dura, el invierno de la vida, el que tal vez nos demuestre que muchos de nuestros abuelos tuvieron suerte al morir en el momento adecuado.

Hubo quien dijo una vez eso de que había que vivir deprisa y dejar un bonito cadáver, por aquello de que el muerto fuera joven y hermoso. Pocos son ya los partidarios de esta premisa, pero lo que parece claro es que no es cuestión de vivir aquejado de achaques y aguantando como un viejo árbol cuyo interior está podrido. La medicina, en estos tiempos que corren, debería concentrar sus esfuerzos en curar enfermedades y en mitigar el sufrimiento. Y la ciencia política otro tanto. Porque el propio mundo está enfermo, a pesar de que siga girando. Por todo ello, alargar la vida del hombre se me antoja una tarea absurda, cuando lo que está en serio peligro es la vida del planeta, que es nuestra cuna y nuestro suelo, y será, si no le ponemos remedio, la tumba de la humanidad, a pesar de los esfuerzos de las agencias espaciales por alejarnos de ella.

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