Lo que Pujol le debe a Barrera: la presidencia
Si hay algún político con el que Pujol está en deuda, éste es Heribert Barrera i Costa (Barcelona, 1927), ex secretario general de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y ex presidente del Parlament. Pujol le debe a Barrera nada menos que la presidencia de la Generalitat, que en 1980 consiguió gracias al apoyo casi gratuito de los diputados de ERC en la cámara catalana.
De ahí que, diga lo que diga Barrera en el libro que ayer iba a presentarse, Pujol no pudiera hacerse atrás en la decisión de presidir el acto, pese a la polémica desatada. Para Pujol, además, las ideas de Barrera sobre la inmigración difícilmente pueden ser una sorpresa. Esas ideas no son nuevas ni en Barrera ni en muchos otros nacionalistas y están, justamente, en el fondo del pensamiento que hizo posible que el propio Barrera pusiera en 1980 los decisivos 14 votos de ERC en el Parlament al servicio de Pujol como exponente del nacionalismo catalán, aunque fuera de derechas.
Entre su identidad como nacionalista y como político de izquierdas, Barrera escogió la nacionalista y rechazó sumar los diputados de su partido, como podía haber hecho, a los de la izquierda. Tras la muerte de Franco, Barrera atribuyó el auge del partido socialista y de los comunistas del PSUC al voto de los inmigrantes. Algo que no le gustaba nada, por varias razones. Una, porque según su manera de ver las cosas, era un voto no catalán que tenía peso suficiente para desequilibrar la identidad nacional. Y otra, porque él era un furibundo antimarxista y si la izquierda mayoritaria era la de los socialistas y los eurocomunistas, la suya iba a ser minoritaria.
Tanto era así que aquel auge electoral del PSC y del PSUC permitía, ciertamente, formar una mayoría de izquierdas en el Parlament en 1980 si ERC se hubiera sumado a ella, haciendo honor a su propio nombre y su origen. Sumaban 72 votos. Había 33 diputados del PSC, 25 del PSUC y 14 de ERC. La mayoría está en 68 escaños.
De haberlos sumado, Pujol no habría podido superar la investidura como presidente, o se habría visto obligado a buscar otra solución distinta a la del Gobierno con el apoyo conjunto de ERC y la derecha no nacionalista, que por entonces estaba representada por Unión de Centro Democrático. Que fue la que Barrera prefirió apoyar a cambio de unas condiciones de las que, para mayor inri, Pujol cumplió sólo la de darle la presidencia del Parlament.
ERC pagó un precio muy caro por aquel bandazo, que muchos de sus electores consideraron una traición. En las elecciones de 1984 estuvo a punto de desaparecer. Y nunca se ha rehecho para alcanzar, por lo menos, la cota electoral de 1980. Pero lo que sucedió tiene que ver con las ideas que Barrera expone en el libro que tanto revuelo ha causado.
La concepción de Cataluña como una nación en pelibro de extinción, entre otras razones por la presencia de una fuerte masa de inmigrantes, le inutilizó como partido de izquierdas. Si ser de izquierdas es defender los intereses de los oprimidos, los explotados, los más débiles económica y socialmente, eso incluye obvia e inevitablemente defender a los inmigrantes. Y mal puede defenderles quien opina que son un peligro para la permanencia de su nación.
Entre ser fiel a su origen de izquierda o a su origen como partido nacionalista, Barrera escogió el nacionalismo en un momento crítico. Y todavía está en esas.
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