Baño de catalanismo para Woody Allen
El cineasta norteamericano acude en Nueva York a la muestra del Llibre en Català
'¿Cree que es posible difundir en Nueva York culturas minoritarias como la catalana?', le preguntó alguien. 'Es realmente difícil; ni siquiera la cultura americana se ha difundido por aquí', respondió Woody Allen. El cineasta neoyorquino ejerció el martes por la noche como 'padrino' de la Semana de la Cultura Catalana en Nueva York, con su asistencia, breve pero bienhumorada, a un acto en la sede local del Instituto Cervantes.
La delegación, encabezada por los consejeros de Cultura de Cataluña, Jordi Vilajoana, y de Baleares, Damián Pons, había prometido la presencia de Woody Allen. Le habían enviado una carta en la que le recordaban que Barcelona era quizá la ciudad del mundo donde sus películas tenían más éxito y en la que apelaban a su cariño por la ciudad mediterránea. ¿Tendría inconveniente en sumarse a alguno de los actos? Allen dijo que acudiría. Dos días antes confirmó que sí, que no faltaría.
Pero la incredulidad no se disipó hasta el último momento. Hasta que el actor y director entró en la pequeña sala del Cervantes, acompañado por su esposa, Soon Yi, y dijo 'hola'. Antonio Garrido, el director del Instituto Cervantes, le entregó un carné de socio de la biblioteca y se dejó llevar por la emoción del momento: 'Lo hemos conseguido', exclamó.
Vilajoana, Pons y Garrido mostraron a Woody Allen la biblioteca del Cervantes, la mayor de Nueva York en lengua castellana, y la recién abierta exposición con 400 tomos en lengua catalana. Vilajoana le regaló una bandeja del Museo Nacional de Arte de Cataluña, con una reproducción de una pintura de Ramón Casas, y una edición facsímil de La Llumanera, una publicación catalana que se editó en Nueva York entre 1874 y 1881, en la época en que la metrópolis estadounidense era lugar de paso para el flujo económico entre Barcelona y La Habana.
La sala contigua estaba abarrotada de público. 'Ignoraba que existiera esto', reconoció el cineasta. 'E ignoraba que en esta ciudad hubiera tantos intelectuales', bromeó, dirigiéndose a la audiencia. Allen firmó autógrafos, se dejó fotografiar con la gente ('¡Es igual que en las películas!', gorjeó una señora entusiasmada) y cató los canapés de pan con tomate y jamón que servía la restauradora Teresa Barrenechea.
'Es un placer para mí colaborar en la promoción de la cultura catalana', declaró Woody Allen en un breve parlamento. 'Conocí España hace ya tiempo, pero últimamente procuro visitar Madrid y Barcelona cada año porque me parecen ciudades fascinantes', agregó. Inevitablemente, alguien inquirió si pensaba rodar una película en Barcelona. 'Cuando pongo los pies en una ciudad europea, sea Barcelona, París o Venecia, quedo impresionado y me planteo de inmediato filmar en ese escenario. El problema es que luego no se me ocurre ningún argumento y, por el momento, sigue sin ocurrírseme ninguno', explicó. Allen admitió que se sentía incapaz de citar nombres de la industria cinematográfica española, pero aseguró que una de las películas que más le habían gustado era una 'llamada algo sobre mariposas', refiriéndose a La lengua de las mariposas, de José Luis Cuerda.
Woody Allen no se demoró mucho más. 'Es que hago falta como público en un partido de baloncesto', se justificó. Iba al Madison Square Garden, donde los Knicks de Nueva York se enfrentaban a los Sonics de Seattle, en un encuentro especialísimo porque suponía el retorno de Pat Ewing, la vieja estrella neoyorquina traspasada al equipo de Washington el verano pasado. (Ganaron los Knicks y Ewing recibió una ovación de tres minutos). Allen se fue y las cosas volvieron a la normalidad, con una conferencia de Baltasar Porcel seguida de coloquio.
La semana cultural, centrada en facilitar contactos entre editores en lengua catalana y editores estadounidenses, concluyó ayer. Contó con varias actividades paralelas, como una conferencia sobre gastronomía catalana pronunciada por Santi Santamaría, propietario y cocinero del laureado Racó de Can Fabes, de Sant Celoni; una exposición de pintura en el Roger Smith, el más hispanófilo de los hoteles neoyorquinos, con obras de Guinovart, Hernández Pijuan, Perejaume, Ràfols Casamada y otros, y una visita al Metropolitan, donde el barítono Joan Pons ensayaba la ópera Nabucco.
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