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Columna
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Vieja y nueva política vasca

Arzalluz dijo el martes en Tele 5 que el PP 'habrá fracasado' si el 13-M no consigue superar en votos al PNV. No dijo si PP-PSOE no superan al nacionalismo, sino si el PP no gana al PNV. El planteamiento tiene que ver con la esperanza de que, forzados a elegir, los socialistas se decanten por un criterio cuantitativo: pactarán con quien sea la primera fuerza. Ahora bien: para asegurarse esa posición, el PNV necesita atraer a esos 20.000 o 30.000 votos que, según las encuestas, puede perder EH. La tarea a que se enfrenta Arzalluz consiste en captar, mediante un mensaje radical, los votos independentistas que le permitan pactar con el PSOE. Si lo consigue entraría en el Guinness.

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Sobre todo porque la actitud de los socialistas vascos ha cambiado. Su primera opción era hasta hace unos meses la de reeditar el pacto con el nacionalismo. Se daba por supuesto que la ofensiva de ETA obligaría a Arzalluz a rectificar y a Ibarretxe a convocar. Sin embargo, la dirección del PNV no ha dejado de reivindicar los contenidos de Lizarra y de defender la continuidad de derivaciones como Udalbiltza; y el lehendakari ha seguido esperando a que cambien los demás: que haya otra tregua, que EH se rebele, que el PSOE renuncie a exigirle la vuelta al autonomismo.

Alguien le vendió la idea de que los viejos rockeros del PSOE se encargarían de convencer a los nuevos, y éstos a los socialistas vascos. Lo intentaron, pero ocurrió más bien lo contrario. En cadena: Zapatero acudió a Euskadi con recetas políticas estupendas, pero le dijeron que el problema era que los estaban matando; a ellos y a los del PP, y que eso une mucho. Y han sido ellos los que luego han convencido a la vieja guardia, reticente en su momento al pacto antiterrorista PP-PSOE y que todavía tienen dudas sobre si ese pacto debe o no traducirse en la apuesta desde ahora por un gobierno constitucionalista en Vitoria.

Los viejos rockeros temen que se diluya el mensaje socialista, su perfil propio, en beneficio del PP. Se trata de una advertencia que podría tener sentido en otras circunstancias pero que suenan a música celestial en los oídos de concejales, militantes o votantes socialistas que comparten cada día con los del PP los mismos miedos e idénticas amenazas. La semana pasada, en el programa de José María Calleja en CNN+, le plantearon esa cuestión al senador socialista por Álava Javier Rojo. Respondió preguntando quién recordaba si tal o cual judío de los campos era de derechas o de izquierdas.

Hubo una fase intermedia en la que los socialistas admitieron que había dos posibilidades de recuperar al PNV: mandarles a la oposición para que los sectores críticos pidieran explicaciones a los de la embarcada soberanista; o echarles un cable en el último momento, para que pudieran seguir gobernando tras una rectificación suficiente. Esa fase está superada. Los socialistas vascos (incluyendo los sectores intelectuales o universitarios que tradicionalmente se han identificado con la izquierda y hoy se reconocen en foros como ¡Basta ya!, etcétera) no se plantean ya la cuestión en términos de qué será mejor para rescatar al PNV: consideran que enviar a ese partido a la oposición es algo en sí mismo deseable, sirva o no para que rectifiquen; y les parece absurda la idea de que, después de lo que ha pasado, puedan seguir gobernando los de siempre gracias al apoyo de esos a los que Arzalluz llama 'maleteros de Damborenea'.

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Incluso quienes con más solvencia habían defendido la necesidad de una mayoría mixta de nacionalistas y no nacionalistas, para evitar los riesgos de la polarización, sostienen ahora que ese objetivo deberá alcanzarse en dos tiempos, siendo el primero el de la alternancia; que ésta es necesaria en todo caso para acabar con el abuso nacionalista. Porque hay una cuestión política, pero también un problema de dignidad del que se hizo eco Rosa Díez en el homenaje a Fernando Buesa, diciendo que nunca olvidarían. El PNV lleva 20 años diciendo que la paz depende de tal o cual nueva concesión... al nacionalismo. Mucha gente se siente engañada, incluyendo quienes viven su silencio de tantos años como un envilecimiento personal. Eso no lo reflejan todavía las encuestas, pero algún día aflorará.

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