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Columna
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Autonomía, ¿para qué? (I)

Pasado el tiempo de las bellas palabras, llega el de las agrestes realidades. Pasadas las celebraciones, la reflexión. Veinte años de Estatuto. Todos ellos bajo el signo dominante del PSOE, con algunos duelos y quebrantos, de los que mejor no acordarse. Un lapso más que suficiente para calibrar cuántas lentejas del ordinario vivir produjeron las tierras de sembradura. Aquello que realmente llevarse a la boca, fuera de embelecos y desatinos del corazón, Dulcineas, Palmerines y Galaores.

El día de fiesta, el 28F, resultó un tanto desapacible. En la zaherida capital de Andalucía, el sol y las nubes anduvieron jugando toda la mañana con los pocos sevillanos que se atrevieron a deambular por el centro, como extrañados de un domingo sin templos y sin siquiera museos. Ni más banderas que las de todos los día, en los centros oficiales. Menos mal que abrieron las confiterías. Por la tarde, rachas de viento y agua menuda. Televisión y más discursos.

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Sabido es que toda crónica que se precie ha de empezar por lo último. Así también nosotros, con las renombradas circunstancias que a los tres pilares de la república se refieren: al Gobierno, al Parlamento, a la Justicia. Pues en todos tres han surgido motivos de mucha preocupación. En el primero, por una crisis soterrada, a cuenta del interminable cuento de las Cajas de Ahorro. En el segundo, por la crispada relación que se han dado los tribunos andaluces por la desdichada conversación xenófoba, tenida entre bastidores y a título de mera chacota. Claro que no hay bromas inocentes, y menos a los pies del altar de la democracia. En la tercera, porque acabamos de saber que, en Andalucía, los pleitos pendientes de solución no hacen sino aumentar. Sólo en los tribunales de lo contencioso, hemos pasado de 51.280 desventuras causadas por las administraciones públicas, en el año 98, a 62.472 actuales. Una verdadera cordillera de papeles. También engordan las listas de espera en la sanidad pública. De cuatro a ocho meses para un cardiólogo, un ginecólogo, un traumatólogo...

Otros síntomas recientes y no menos inquietantes. Un 21,9 % de la población vive en los distintos grados de la pobreza: precaria, normal o extrema. Se dice pronto, millón y medio de personas a la intemperie del estado del bienestar. El litoral andaluz se ha puesto, definitivamente, a hervir. Un auténtico queso de gruyere, por donde entran ni se sabe cuántos inmigrantes clandestinos -y los que mueren contra el muro invisible-; cuántos alijos de droga y cuántas mafias de lo más cinematográfico. Lo que no entra es pescado, que es lo que tendría que entrar, pese a que el ministro Arias Cañete afirmó el 17 de agosto de 2000, que 'con seguridad absoluta' habría acuerdo de pesca con Marruecos antes de que acabara el año, aunque no dijo cuál. Con Marruecos, y con su decepcionante rey Mohamed VI, lo único que tenemos es una fundación cultural de esas que sirven para que tres o cuatro viajen mucho. Pero de los incumplimientos del Gobierno de Madrid con Andalucía, también hablaremos. Que es cuento largo. De momento, una elemental pregunta: ¿qué está pasando?

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