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Columna
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El manzanito

El diseñador Mariscal y el alcalde Álvarez del Manzano necesitarán un intérprete para entenderse si alguna vez se reúnen para discutir sobre el logotipo olímpico madrileño del primero, triunfador en un concurso restringido y manipulado por los representantes municipales. Que al alcalde no le guste ni el diseño de Mariscal ni el de los restantes competidores es, para los que conocen los gustos estéticos del edil, una garantía más que un baldón, una prueba de que los proyectos iban bien encaminados.

El cliente casi nunca tiene razón, pero se la suelen dar porque tiene el poder y el dinero. Convocar a cinco de los mejores diseñadores contrastados del país, ponerles a trabajar y luego desautorizar sus trabajos ante el jurado seleccionado para valorarlos, indicando que no se piensa utilizar ninguno de ellos, podría considerarse una ofensa, pero no lo es tanto por la personalidad del cliente erigido en juez supremo.

Uno de los ninguneados miembros del jurado, el pintor Eduardo Arroyo, dejó la estéril discusión para irse a ver el partido entre el Real Madrid y el Lazio; seguramente sabía que era inútil pedirle peras al Manzano, tratar de cambiar su criterio con argumentos o sugerencias.

Mariscal no se ha sentido ofendido, tal vez sí aliviado, por la renuencia del alcalde, y se muestra dispuesto a discutir, hasta cierto punto, los detalles de su obra con un cliente tan difícil y tan alejado, ajeno, alérgico, a los gustos modernos o posmodernos.

Y eso que el logo de Mariscal no es precisamente un icono de la ultravanguardia y de la experimentación, sino una obra más bien convencional y comercial. Tal vez, conocedor de con qué clase de individuo se la estaba jugando, el diseñador optó por la sencillez y orilló cualquier clase de polémica. O eso creyó él, porque el crítico Álvarez del Manzano no sólo desautorizó su obra, sino que osó argumentar sus razones con cierto desparpajo.

Álvarez dice que el logo de Mariscal no incorpora ningún elemento característico de la presente Villa y Corte olímpica y que podría servir igual para anunciar una feria en Estocolmo que una olimpiada en Sebastopol. Vamos, que es demasiado universal y él prefería algo más local, más castizo, más fetén y más de andar por casa.

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Si Álvarez del Manzano hubiera sido alcalde de la Barcelona preolímpica le hubiera colocado a Cobi una barretina, y si hubiera tenido alguna responsabilidad en el comité organizador de la quintocentenaria exposición de Sevilla, su ciudad natal, Curro se hubiera tocado con la montera taurina.

Si esto pasa con el logotipo, imagínense lo que puede ocurrir a la hora de buscar mascota. El medio es el envase y hoy una imagen vale por todas las palabras. Los elementos secundarios como el cartel, el logo y la mascota ya no son el remate, ni el resumen gráfico de unos contenidos, sino sus prolegómenos; las casas se empiezan a construir por el tejado y los cimientos se dejan para el último momento.

La candidatura olímpica de Madrid servirá como coartada y cobertura para suculentas operaciones especulativas e inmobiliarias; villas olímpicas y rascacielos cortesanos se erigirán tal vez bajo la advocación de tan singular evento, y son legión los que aspiran a participar y a ganar fuera de los estadios en una competición mucho más lucrativa cuyas primeras medallas quiere ponerse el alcalde con la presentación de la candidatura.

El logotipo de Mariscal es una impecable imagen de marca que, como dice el patrón municipal, podría vender cualquier producto en cualquier lugar; y de vender imagen es de lo que se trata, pero Manzano es un sentimental y el icono le parece demasiado aséptico.

Si todavía está en activo el creador de aquel sonrojante naranjito que pregonó el Mundial de fútbol en España, debe de estar frotándose las manos de dibujar engendros; es el momento (y el cliente) propicio para parir cibelitas y madroñetes, chulapines, hilariones, violeterillas o manzanitos, porque nuestro emblemático alcalde tiene las hechuras y las posturas adecuadas para convertirse en un monigote representativo y dicharachero de la capital de la chapuza retrechera.

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